DEPREDADORES URBANOS (Página nº 1078)

Desde que ha llegado el calor somos muchas las personas que frecuentamos las terrazas de verano. El indudable placer de compartir espacios como el Parterre mientras te deleitas en compañía de los amigos nos hace pasar mucho más tiempo en estos lugares y, con ello, además de la conversación, la bebida y el buen tiempo, uno se percata con mayor claridad de lo que sucede allí.


Es llamativo como los chavales, de todas las edades, pisotean los jardines no sólo cuando se les cae alguna pelota allí sino como parte misma de sus juegos. Cruzan por ellos, se esconden, corretean sin cuidado alguno sobre las flores, destrozando sin pudor muchas de las plantas que ornamentan los pequeños parterres que se reparten en la zona. A algunos les llamo la atención y entonces parecen darse cuenta. Otros, sin embargo, te miran con extrañeza o incluso desprecio. De varios de ellos observo que cerca de mí, en la misma terraza, están sus padres, a los que parece no alterarles lo más mínimo el efecto depredador de sus retoños que deben creer necesario para que a ellos les dejen en paz un rato. Poco importa el trabajo de los jardineros, el mimo que puedan poner en el cuidado de los jardines, porque un día tras otro vendrán a contemplar como los arrasan estos chavales sin la menor preocupación.


En tanto, otros juegan a la pelota, como se hizo siempre, salvo que ahora en vez de aquellas pelotillas de plástico minúsculas son sustituidas por balones de fútbol reglamentarios que, en bastante más de una ocasión, terminan impactando en personas que están sentadas allí tranquilamente y que provoca situaciones como las de la semana pasada, con denuncias telefónicas y cabreos monumentales de los golpeados. Eso amén de que la portería es uno de los pocos edificios monumentales que nos quedan en Daimiel.


Para completar el panorama, por supuesto, la incesante ida y venida de ciclistas, a buena velocidad, por la calle peatonal que da acceso al Parterre y en este mismo espacio, poniendo en peligro a quienes disfrutan de ese lugar para pasear o confían en él para que sus hijos pequeños jueguen sin riesgos.


Ni rastro de quienes deben evitar estas situaciones, Como en el "¿Donde esta Wally?" de aquellos libros que hicieron furor hace años busco y busco, atentamente, pero casi nunca los encuentro. Y los depredadores urbanos se han adueñado de este lugar, como de otros, dejando su estela de destrozos, malestar, golpes y peligros que dañan la convivencia y desprecian a los demás.

¿Dónde, coño, están nuestros "wallys"?


(por cierto, si pinchas en la imagen podras intentar encontrar al verdadero Wally)