Tenemos escándalo para rato. Cada día aparecen más y más noticias sobre Rodrigo Rato que dan cuenta de la actuación nada ejemplar de este individuo, todo lo presunto que se quiera, pero que no deja indiferente a nadie salvo a aquellos miembros del que fue su partido que se empeñan en conducirse con la misma estrategia que siguieron en anteriores escándalos y que pasa siempre por negar la mayor, luego hacerse los sorprendidos, más tarde marcar distancias y, cuando todo parece más evidente de lo que se creía, señalar al apestado. Solo que esta vez, dado el papel tan relevante de Rato, han tenido que salir a decir que una cosa es la labor política que realizó y otra su actuación personal cuando ya no ocupaba cargo en el partido, algo que suena demasiado ridículo en boca algunos no queriendo saber que se investigan situaciones concretas incluso cuando ocupaba ese papel relevante en el partido o negándose a admitir que los cargos posteriores a ser ministro de Economía los obtuvo por apoyo político y designación de afinidad.
El Partido Popular no aprende, como en general ninguno cuando tiene escándalos en sus filas. Tiran de lealtad, pero también de maquinaria partidista, como si protegerles fuera una fórmula imprescindible de protección para los propios partidos, sin querer enterarse de que es al contrario, que los ciudadanos perciben rápidamente ese movimiento ultradefensivo que coloca a los partidos como sospechosos de darle cobertura y amparo. Y si todo fuese un bluf podría entenderse pero después de los despueses, cuando el caso progresa, el daño ya está hecho y nadie puede desligar al presunto corrupto del propio partido y su comportamiento alentando esa idea de que le cubren para cubrirse.
Por eso, cuando los miembros del partido comienzan a condenar los hechos, a apelar a que se deje trabajar a la justicia, a separar al "político honesto e intachable" del "empresario chorizo", ya no les cree nadie. Como nadie puede ya creerse el recurso a contarnos que son casos aislados cuando ya son tantos y tantos los que les salpican y nunca se aprecia una actitud beligerante de un partido en el gobierno que ha tenido capacidad legislativa, vía mayoría absoluta, para legislar ferozmente contra la corrupción endureciendo las penas contra este tipo de delitos, facilitando los medios y recursos para las investigaciones y estableciendo un alto listón ético para actuar contra la porquería que les crece entre los dedos. Pero no ha sido así, han puesto más empeño en controlar los nombramientos de los magistrados, acallar a los medios, minimizar el impacto de los casos, marear la perdiz y atrincherarse, lo que termina siempre por dejarles en evidencia.
No, lo de Rato, según se va conociendo, viene de lejos, incluso antes de ser considerado por los suyos "el mejor ministro de economía de la historia", ese intocable ante quien se rendían bancos y cajas tan dados a la generosidad mal entendida. Y ahora que todos se hacen de nuevas, en la enésima impostura del partido ante un escándalo de los propios, esperan que la gente se crea que no sabían nada ni sospechaban. Luego se sorprenderán del descrédito político, claro, pero es solo la lógica consecuencia de sus comportamientos que no merecen otra cosa. Es imposible creerles, incluso aunque algunos puedan creerse que el resto son iguales o peores.
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