(La imagen corresponde a una publicada por Gallego Art en el grupo de facebook "Daimiel en el Recuerdo")
Recuerdo haber usado alguna vez una de estas huchas de cerámica pero casi siempre la que tuve en mis manos fueron réplicas de plástico, aquellas que nos disputábamos los chavales para ser los primeros en portarlas. Y es que, a pesar de nuestra corta edad, la estrategia estaba muy desarrollada y si conseguías de los primeros alguna de aquellas huchas tenían casi garantizada una generosa cuestación.
En mi colegio los chavales del barrio de los Hotelitos nos mancomunábamos para pillar juntos la hucha y barrer la zona en comandita. A favor, aquellas cuatro calles solían ser de una generosidad apabullante, gente a la que no había que rogar para que depositase unas monedas o incluso algún billete en la ranura del chinito o del negrito, que eran las que nos gustaba coger. Eso sí, ya sabíamos perfectamente a las tres o cuatro casas donde no había que ir porque la ganancia era nula y de paso nos caía la bronca o la insinuación, y eso sí que no, jamas cogimos moneda ni billete alguno de lo obtenido por más que las sacásemos una y otra vez para recontar la recaudación y saber que, seguramente, seríamos los que más aportaríamos de la clase, que hasta ahí llegaba el sentido competitivo escolar.
Otra estrategia, cuando fallaba la primera, era pillar hucha el viernes, de modo que teníamos todo el fin de semana, y así no se nos escapaban las abuelas y los vecinos cercanos a sus viviendas, pues el domingo era el día en el que se bajaba al pueblo, que no era otra cosa que misa y plaza, aunque en aquellos días había tanta competencia en ella que los paseantes nos esquivaban como a la lepra.
Estuvimos varios años, los escolares, lanzándonos a las casas con ese ariete de la hucha y nuestras mejores sonrisas para lograr la mayor cantidad de dinero que pudiera llegar quién sabe donde, porque aunque estudiábamos bien geografía lo cierto es que ni sabíamos como todo aquel dinero llegaría a los chinitos y negritos de verdad, aquellos sin ranura en la nuca, y que nos parecían lejanísimos en el espacio y casi en el tiempo.
Hacíamos una buena obra, la verdad, porque aquel ejército de chicos y chicas recaudaban muchísimo dinero para las "misiones", pero creo que más que la propia conciencia solidaria nos movía el afán de ganar, de obtener mayor cantidad que nuestros compañeros, porque conseguirlo era una de aquellas medallas escolares simbólicas que te llenaban de gloria durante algunos días.
Hoy, ya sin huchas, pero con sobres, se sigue recaudando dinero para el Domund y la Santa Infancia. En comparación se consigue menos dinero, quizá porque hay muchos más mecanismos solidarios. pero cuando la llegada a la clase del maestro con las huchas que nos correspondían era uno de los momentos álgidos del curso y a casi todos se nos ponían los ojillos competitivos para destacar en aquel rally recaudatorio y ganarnos, de paso, un trocito de cielo.
***