No sé que es mejor, si volver a una ciudad como Sevilla después de mucho tiempo y reconocer su indudable buen envejecer disfrutando de sus espacios o encontrar, en ese regreso, puntos de referencia que siempre se fijaron en la memoria en anteriores visitas y comprobar que siguen allí no traicionando tu memoría, que al fin y al cabo es casi certificar que uno también envejece bien.
El caso es que el pasado puente un grupo amplio de amigos decidimos pasarlo allí y, en el fondo, ese valor añadido de la amistad y la convivencia hicieron que la visita a la ciudad hispalense fuera aún más entrañable y deliciosa, y que hasta el tiempo jugara a deleitarnos con su bonanza pues mi última visita a Sevilla estuvo regalada por veinte horas de lluvia continuada y frustró parte de las expectativas de conocer la ciudad de manos de mi padre, que vivió allí durante tres años, y quería que disfrutásemos mucho más de la ciudad que él conoció bien a finales de los años cuarenta.
No describiré aquí mis sensaciones de este último viaje, ¿a quién puede importarle?, pero sí diré que en ese periplo uno también sintió cierta alegría en encontrar elementos de referencia daimieleña en esa ciudad, alguno tan accidentales como el de paisanos con la misma elección de destino, otro tan coyuntural como la cesión temporal (20 años ampliables) de la Colección Carranza en tres salas del magnifico recinto de los Reales Alcázares, u otro que ya permanecen aproximándose al siglo como la doble referencia a nuestra localidad, tanto en el suelo como en el banco que representando a la provincia de Ciudad Real forma parte de la maravillosa Plaza de España construida con motivo de la primera Exposición Universal que se celebró en Sevilla.
¿Cómo evitar la foto?, ¿cómo no sentir que un poco de Daimiel tiene cobijo en este espléndido recinto, hasta el punto que todos los paisanos que se llegan hasta ese punto no evitan recoger con sus cámaras la instantánea?
Evidentemente hay más, en mi misma familia hay personas vinculadas por años y vida a Sevilla. También entre los que nos acompañaban. Incluso, a la vuelta, mi madre me hablaba de un primo suyo que regentó una confitería, ya desaparecida, en la misma calle Sierpes. Resquicios de un Daimiel presente, como otros muchos lugares, en esta Sevilla preciosa.
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