El problema en sí es el botellón. O al menos parte de quienes lo practican que, habitualmente, generan una serie de problemas para la convivencia en forma de ruidos, suciedad, deterioro de mobiliario urbano, etc... que, en definitiva, termina movilizando a un vecindario si se siente maltratado y que no querrá aceptar, y es lógico, que tengan que soportar esa permanente situación junto a sus viviendas.
Ocurre que, en este contexto, el resto de barrios prefieren quedar al margen porque mientras exista una zona habitual ellos no tendrán que vivir ese problema. Sin embargo, en cuanto existe la posibilidad real de que el temido botellón se traslade a sus lares ni siquiera aguardarán a conocer su incidencia práctica sino que se movilizarán para impedirlo. Al fin y al cabo no ignoran lo sucedido en la zona de San Isidro y querrán evitar que sus inmediaciones reproduzcan los problemas significados del barrio de la Estación.
Pero lo cierto es que el problema va más allá porque los chavales han ido atomizando el botellón, dispersándose por todo el pueblo, alquilando locales o cercados sin ningún control legal ni condiciones suficientes, y reduciendo quizá el impacto aparente, al disgregarlos por la localidad, pero no el impacto global, que ha conseguido, en muchos casos, crear puntos conflictivos donde se concentran para los vecinos más cercanos a esos locales.
Va a ser difícil regresar a una situación previa de concentración, lo que quizá era pretensión del Equipo de Gobierno con el asunto de la carpa para darles un espacio, un área provisional, cerrada y con servicios. Porque, en el fondo, se han acomodado a esos espacios más restringidos que son los locales y cercados y, además, porque por los comentarios aparecidos en el blog van a encontrar una fuerte oposición en los vecindarios cercanos a la carpa del Auditorio Municipal, que por otro lado es lo normal.
Sin embargo el problema que subyace, a mi entender, y de mayor gravedad, es la venta indiscriminada de alcohol a menores, el consumo de este tipo de bebidas entre menores de edad y su mal beber, y en eso, tanto en las legislatura anteriores como en la actual, no ha sido objeto de una acción rotunda que abordara y penalizara esa problemática. Y digo esto porque el mayor foco de problemas del botellón, a decir de muchos de sus participantes, suele venir ligado a esos menores en mayor proporción.
El Ayuntamiento, creo, deberá seguir buscando soluciones de espacio allí donde las zonas residenciales no sufran el impacto y acometer la tarea, de una vez, de controlar los negocios expendedores de alcohol a menores y evitar el consumo en estos como determina clarísimamente la ley.
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