La vida, todavía hoy, es una construcción de defensas, un blindaje ante el dolor. Cualquier persona distinta está expuesta a ser el objeto de atención de otros y, en muchas de las ocasiones, su objetivo. Se aprecia desde las primeras edades porque la calle o los colegios ya saben de esto. Si eres demasiado alto o llamativamente pequeño, si eres más grueso de lo "normal" o de una delgadez inhabitual, si eres feo, llevas gafas, tienes las orejas grandes, si acaso eres bizco, si te muestras tímido o sensible o afectuoso, si tartamudeas por los nervios o vistes distinto, si vienes de otro lugar o eres de otra raza o religión, es fácil que la gente te lo haga saber de una forma no muy agradable. Y empezarás a defenderte creando defensas, construyendo muros para que no sea tan doloroso, e irás perdiendo esa naturalidad que debería imperar en las relaciones personales y te harán volverte esquivo, desconfiado, triste.
Hay mucha gente así, triste, cauta, casi siempre a la defensiva, conscientes de lo que han vivido, de lo que han de vivir. Puede que en las familias, en los colegios, a través de campañas de prensa o televisión, se pretenda atajar esto conscientes del daño que nos hace a nosotros mismos como sociedad pero sobre todo a esas víctimas. No importa que vigiles estos comportamientos, que actúes en cuanto los conoces, porque siempre hay resquicios, espacios, circunstancias, y muchas de las víctimas han aprendido erróneamente a refugiarse en el silencio y en soportar.
Yo lo veo cada día. Necesitas estar alerta siempre porque se escapan palabras, gestos, distancias, y necesitas atajarlas de inmediato. No sé qué es lo que alimenta esa intención constante en algunas personas a señalar a quienes les parecen diferentes, ignoro cuál es el sentido último para que a algunos les guste tanto marcar a personas a las que él mismo hace diferentes a base de sus propios prejuicios.
Hablamos de un cáncer social. No es una moda, no es un hecho residual, no es una minucia. llevamos toda la vida sin aprender a respetar la diversidad, sin entender que hay más realidades personales que las que sometemos al canon de nuestras ideas. Toleramos poco, casi solo lo que no debiéramos tolerar jamás, y pretendemos sentirnos mejores cebándonos con quienes apreciamos más débiles, quizá porque nos hemos vuelto bastante miserables para asumir nuestros propios defectos y debilidades.
Nota: No sé si habrás llegado leyendo al final de este texto. Las estadísticas dicen que cuando abordo estos temas suelen interesar a muy pocos. Pero si has llegado... ¡gracias!, quizás tú seas de esos diferentes que tanta falta hacen a la vida y la sociedad.
*