Beber en un espacio público seguramente nunca hubiera debido convertirse en un problema si quienes lo hicieran cumplieran con unas normas mínimas de respeto, convivencia e higiene. ¿Qué problema deberíamos encontrar en que un grupo de amigos charlasen mientras toman algo si lo hicieran respetando el entorno, a los vecinos y recogiendo después para que no quedara ni rastro de ese efímero encuentro?
No, el problema no es el botellón en sí, es la forma en la que se realiza y sus consecuencias. Para quienes lo han sufrido las conocen muy bien: ruidos, suciedad, destrozos, fachadas y portales como urinarios públicos, son algunas de esa marcas, algunas indelebles, que han ido dejando en las zonas donde se producían. Y tal era el problema que, si recuerdan, la campaña electoral de 2011 para las municipales convirtió en tema estrella para todos los partidos la creación de una zona de ocio que aspiraba a ser más que un botellódromo pero sobre todo ponía como imprescindible la resolución de ese problema.
Como ya saben en julio de 2012 se inauguro la nueva zona de ocio juvenil, el botellódromo para entendernos. La solución, pues, estaba ofrecida y para reforzar su uso el Ayuntamiento de Daimiel dijo terminantemente, a través de los medios municipales y la televisión privada, que esa y solo esa sería la zona permitida en todo el casco urbano para la práctica del botellón y que vigilaría para que las ordenanzas se cumplieran.
Desde entonces ha habido, ocasionalmente, botellones en otros espacios. Así, en feria, tanto la Plaza de España, al margen de la carpa, como el Barrio del Pilar se convertían en botellódromos improvisados. Pero, además, otros lugares como el Parque Rodríguez de la Fuente, el césped de la Avenida de los Rosales, la misma zona de San Isidro donde empezó todo, etc... eran frecuentados por grupos habitualmente.
Ahora, más recientemente, es el Parque del Carmen, también conocido popularmente como "parque de las litronas", la que ha tomado el relevo sin que, de momento, parezca que se esté haciendo mucho por solucionar un problema que, de nuevo, afectará al vecindario más cercano porque los chavales no evitan que ese botellón vaya asociado a los ruidos, suciedad, destrozos, etc... y por tanto se convierta en una actividad desagradable y problemática.
¿Para qué están las ordenanzas si ni se cumplen ni se hacen cumplir?, ¿para qué la importante inversión que se hizo en la zona de ocio para atajar un problema si ahora, otra vez, cada parque puede convertirse en un botellódromo alternativo?, ¿para qué buscamos soluciones a los problemas si al poco parecemos buscar problemas para las soluciones?
Los problemas, eso sí, no se arreglan por sí mismos, hace falta tomar medidas, racionalizar y buscar el bien común por encima del bien particular o de grupos reducidos. No hay medias tintas, toca intervenir con claridad. El botellón, vuelvo a decir, solo es un problema, y grande, porque quienes quieren disfrutar de él no piensan lo más mínimo en los demás y sus mierdas no pueden ser nuestras mierdas, sus consecuencias no las debemos sufrir los demás.
Volvemos donde empezamos, y eso, por sí mismo, ya es un problema preocupante.
Por cierto, ya en junio del 2015 se quejaban en facebook de lo mismo y realicé esta entrada:
***