Se ha puesto de actualidad esa recogida de tapones con fines solidarios, un modo singular de buscar financiación para casos muy concretos y necesarios que parecen quedar fuera del alcance de la sanidad pública. No es mucho lo que nos piden, apenas el pequeño gesto de quitarle el tapón al recipiente que vamos a tirar en el contenedor de plásticos o, en el peor de los casos, a la basura, y guardarlos en una pequeña bolsa hasta tener una cantidad que consideremos necesario para llevarlos a puntos de recogida de colegios, comercios u otros espacios alternativos que los recepcionan colaborando con el fin propuesto.
Posiblemente cientos de miles de tapones queden fuera de esta recolección solidaria por ignorancia, pereza u otras causas, y sin embargo somos capaces de comprender, de inmediato, que a la velocidad que cada uno acopia estos plásticos desechables el esfuerzo mínimo de unos centenares de personas concienciadas por una causa nos devuelve el logro magnífico de cientos y cientos de kilos de tapones, nunca suficientes, que suponen una ayuda impagable para intentar solucionar el problema de unas personas que, de otro modo, lo creerían inviable.
Sé que ayuda que se ponga cara al problema, conocer la naturaleza del problema, pero no es tan difícil arrancar el espíritu solidario que anida en muchas personas y que en muchos casos sólo están esperando un empujón. Sin embargo, al menos me lo parece a mí, los ciudadanos son mucho menos conscientes de la fuerza que poseen como conjunto para resolver no únicamente el caso individual de alguien sino para cambiar el estado de cosas como que esos casos individuales encuentren solución dentro del propio sistema de salud en vez de la desprotección que ahora les ofrece y que les deja en el desamparo o al albur de estas iniciativas solidarias lanzadas por sus convecinos.
Ayer mismo dejaba yo mi bolsón de tapones en el colegio, la cosecha que desde el pasado junio habíamos acumulado en casa, para unirse a los miles de tapones que muchos compañeros y alumnos han venido trayendo en estas semanas. Y pensaba en ello, en la enorme capacidad que podríamos tener como ciudadanos para cambiar el estado de las cosas y hacer que estos esfuerzos puntuales fueran casi innecesarios o dirigidos a otros ámbitos porque casos como el de Daniel Montero debieran estar cubiertos por el sistema público de salud y sacar de la angustia a este chaval y su familia.
En el fondo convencernos de que nosotros seríamos los propios "tapones" que sumados estaríamos en condiciones de exigir que muchos danielesmonteros queden al pequeño pero único amparo de la solidaridad lenta y no siempre suficiente de sus vecinos y amigos.
Mientras tanto, hasta que seamos capaces de encauzar esta energía social positiva, pido desde aquí que todos los que puedan desenrosquen sus tapones y los guarden para llevarlos a cualquiera de los puntos de recogida para ayudar a Daniel y que aparecen en este enlace, además de otros que como en mi colegio también se han incorporado a esa iniciativa: