Lo he oído diversas veces y aunque me duela tiene bastante de verdad:
"Los valores y planteamientos tradicionalmente vinculados a la izquierda son mucho más atractivos y valiosos, más plausibles y loables, pero a la mayoría nos gusta vivir como los de derechas"
En el fondo subyace bajo ese concepto de solidaridad, bien común, sociedad, un fuerte componente individualista, hedonista y de egoísmo que hace que pese a reconocer ese atractivo que suponen los principios atribuidos a la ideología de izquierdas muchos sucumban a una forma de vida que puede encuadrarse fácilmente con unos valores más reconocibles de derechas.
Nos gusta pensar en los demás, sacar esa vena igualitaria, ética, solidaria, empática, y no es que se quede en una pose interesada, es que a la hora de la verdad nos inclina ese carácter egoísta, individualista, que como ese demonio y ese ángel que nos hablan al oído nos inducen a creer que en el fondo somos mejores, merecemos lo que tenemos y no podemos estar tirando de los demás cuando ellos mismos no parecen hacer nada por salir de sus propias situaciones. Y nos gusta vivir bien, y demostrar lo bien que vivimos y lo justo de que sea así.
Posiblemente jugamos con los tópicos al atribuir valores como la igualdad, la solidaridad, el bien común, la ecología, la equiparación de derechos entre hombres y mujeres o la libertad exclusivamente a la izquierda, aunque el movimiento que se demuestra andando ha de reconocer mayores avances desde la fuerza de las posiciones progresistas que de las conservadoras. Si hemos de ser sinceros estos valores tienen un carácter más individual que colectivo y eso hace que no podamos establecer compartimentos ideológicos estancos sin caer en el error y en dicho prejuicio, por más que, como digo, podamos reconocerlos mejor en posiciones vinculadas al progresismo que en el ámbito mas conservador. Pero lo que también es reconocible es la propensión a, teniendo opción, asumir esos roles que relacionamos con la derecha, un cierto gusto por la propiedad, el lujo, la diferencia, el estatus, la apariencia, el exhibicionismo. Y en ese aparente conflicto entre pensar de izquierdas y vivir de derechas resulta que no es tal, que asimilamos con toda natural la contradicción, porque, como siempre, la capacidad adaptativa trata de evitar que nos sintamos mal, tiende a justificarnos, aunque , siendo honesto, no lo consigue porque no se puede entender con normalidad ese doble juego.
Y es que es difícil querer ser de izquierdas sin ciertas renuncias que den coherencia y complicado renunciar a ellas cuando las podemos tener tan a nuestro alcance.
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