Suele haber comentarios en los que señalan, qué curioso, que no están dispuestos a pagar con sus impuestos servicios donde la gente no trabaja. Podrían decir donde algunos no trabajan, pero normalmente no reparan demasiado en aquellos funcionarios que sí lo hacen, que cumplen con sus obligaciones y sacan adelante sus tareas. Les basta algún incumplidor para señalar al resto como tales.
Pero lo peor, según yo lo veo, es que pocos se paran a pensar por qué estos no trabajan. Y aquí podríamos encontrarnos con varias circunstancias:
Desde luego que el trabajador sea un "perráncano", de ese tipo de gente que sobra en cualquier trabajo, que busca cualquier mal ejemplo en otro para justificar su dejación o incompetencia. Son el tipo de personas que no sólo no cumplen con sus obligaciones sino que les molesta que los demás lo hagan y acuñan frases contra estos últimos del tipo "no trabajes tanto que no vas a heredar la empresa". Son, por supuesto, el cáncer más indeseable porque nada suman y todo restan, y además son propensos a contagiar su desgana al resto de compañeros. Y encima son los temidos ejemplos a los que se acogen los ciudadanos para generalizar sobre esos funcionarios o personal laboral contratado.
Que no haya trabajo que hacer. Sucede mucho más de lo habitual porque los funcionarios, interinos, personal laboral, crecieron en número sin control y en algunos casos ese recurso humano se desaprovecha porque su puesto carece de contenido, o es realizado por un cargo de confianza nombrado para la ocasión, o como en la Granja-Escuela, se maniobra para que las posibilidades de ocupación y trabajo del centro sean dinamitadas desde la administración para vaciar de uso la instalación y justificar así su cierre o externalización. De esto, por supuesto, no cabe responsabilizar al trabajador porque es la primera víctima de la situación y no responde a su voluntad estar de brazos cruzados.
Que haya malos gestores. Y esto es muy habitual porque quien está al mando de un negociado o departamento es el responsable de que los trabajadores cumplan sus funciones, sus horarios, y para ello todo empieza por dar ejemplo y tirar del carro. Pero muchos de estos responsables renuncian a su función de liderazgo, permiten que la desorganización se imponga y terminan por refugiarse en culpar al resto en vez de asumir su responsabilidad principal. Yo estoy convencido que un buen gestor, un buen jefe, tiene la capacidad de optimizar los recursos humanos a partir de dar ejemplo y tener claro el funcionamiento que debe llevarse a cabo, pero aquí hemos caído en la medianía porque esa elección de responsables, de jefes, no suele responder a mérito profesional sino de otro tipo y el liderazgo, así, fracasa desde el primer segundo.
Pero quienes más perjudicados salen son aquellos que trabajan y lo hacen bien porque son víctimas de la invisibilidad que da el prejuicio y que hace creer que todos son unos tunos de tomo y lomo cuando eso no es cierto. Por eso suelo estar de acuerdo en que, con criterios objetivos, y esto desgraciadamente no se da en un país como el nuestro, un funcionario debería perder su condición cuando incumpla reiteradamente con su trabajo, sería mejor para todos, porque el que cumple, insisto que con criterios objetivos, jamás debería temer por su puesto y vería más reconocida su labor. De momento, claro, esas condiciones no se dan en España, donde la subjetividad, el mamoneo, la discrecionalidad y lo arbitrario se imponen al criterio y la objetividad. Y por eso, a su calor, crece el número de "perráncanos", trabajadores sin tareas que hacer y jefecillos incompetentes, lo que viene muy bien a la gente para denigrar al total de los funcionarios sin discriminar el trigo de la paja.
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