Traten de enumerar todas las que sepan y lego hagan memoria, tachen las que ya han sido ejecutadas alguna vez en alguno de los ríos de la zona y cuando terminen el proceso miren si todavía queda alguna tropelía para hacerles al Azuer, al Záncara, al Cigüela, al Jabalón, al mismo Guadiana, que todavía no se les haya ocurrido a cualquiera de los responsables administrativos de cualquier época para intentar superar el despropósito anterior.
Sí, porque en general la historia de los ríos que vertebran La Mancha son el paradigma del despropósito, del desprecio a la naturaleza y la historia de un desastre que ni tan siquiera ahora, cuando los acuíferos dan muestra de vitalidad y fuerte recarga, lo que sería la oportunidad propicia para tratar de darle a los ríos su dignidad perdida, tratara de corregirse.
Me viene a la cabeza el texto que ya publiqué aquí el 2 de abril del año pasado, titulado "Yo, Azuer". Si lo escribiera ahora sería más duro, más agresivo y tiraría de un vocabulario algo más procaz, insolente y casi grosero, pero prefiero no perder las formas y volver a dejarlo aquí, para la cordura:
"Ser río es muy difícil. Si además eres un pequeño afluente como yo, apenas alimentado por algún ínfimo arroyo y dependiendo de que las nubes estrujen con ganas, aún más. Y si alguien piensa que pueden colocarte un pantano que estrangule mi camino natural pues ya apaga y vámonos.
Antes no era así, digamos que los humanos me trataban bien, respetaban mis arranques de voluptuosidad hídrica como padecían mis ausencias de agua, respetaban mi cauce y sacaban natural provecho de mi cercanía. incluso reconozco que a veces me excedía ocasionándoles ciertos inconvenientes con mis avenidas pero, en general, parecían entender esos arrebatos de jovenzuelo y, de paso, respetaban así mis límites. Incluso, por qué no decirlo, con ello lograba cierta autoestima porque sorprendía a todos cuando me ponía tan esplendido y me nombraban sin parar.
Pero, claro, llegaron nuevos tiempos en los que los hombres se volvieron arrogantes, me canalizaron, me pusieron río arriba una soga que ahorcaba mis deseos de discurrir, y mientras otros se apropiaron de mi cauce, roturaron mi lecho y usurparon la propiedad de una tierra que me había ganado mucho antes de que aparecieran. No sé cómo decirlo, me ningunearon, me despreciaron. Y no sólo así, convirtieron mi cauce en un vertedero de basuras, escombros y toda clase de electrodomésticos, maderas, colchones, porque estos idiotas dejaron de entender que podíamos ayudarnos mutuamente.
Ya sé que no todo el mundo es así, que hay quienes se han preocupado por mi situación, que sufren por mis desventuras, que tratan de ayudarme, aunque sean los menos. Y sé, también, que con otros, pobre padre Guadiana, el trato fue peor y la infamia mayor. Y que ahora, incluso, en estos arrebatos primaverales en los que me desbordo y que concitó la atención de todos los lugareños por donde siempre anduve, nada cambiará porque ya está todo el daño hecho y apenas quedaré como una anécdota que fotografiar. Por eso no siento nada porque todo me fue arrebatado hace tiempo por la ignorancia y la tiranía de esos pocos humanos que dejaron de valorarme y comprenderme poseídos por su soberbia ignorante y rapiñadora.
Ya veis, os dejo mis aguas reparadoras, hasta las que servirán, como nunca hice, para alimentar Las Tablas, el Acuífero 23 e hidratar el cauce seco del Padre Guadiana por donde jamás corrieron antes. No debería hacerlo, en correspondencia con vuestro miserable comportamiento conmigo, pero yo no soy como vosotros y puedo permitirme estos alardes de generosidad. No os agobiéis, no estoy haciendo nada que no hubiera hecho otras veces y por los mismos sitios de otras ocasiones. Los males que produzca sólo serán fruto de vuestros excesos y no de los míos, por tanto no me echéis culpa alguna y reflexionar, al fin y al cabo estoy siendo río que es para lo que nací y existo."