Debe ser que me estoy volviendo viejo para algunos o que estoy redescubriendo la sensibilidad hacia los animales pero la verdad es que cuando hoy he visto esa inundación de cartelería anunciando la llegada de un nuevo circo a Daimiel cuyo principal reclamo son sus números de fieras me ha empezado a dar grima y sobre todo lástima de los pobres animales.
Creo que he sido un apasionado del circo. Cada vez que venían a Daimiel, ya fueran circos sofisticados como aquel Circo de París que se instaló en el Campo de Nuestra Señora del Carmen allá por finales de los setenta, y que fue el que mejor recuerdo me dejó, o aquellos otros que se instalaban en el Parque del Carmen, junto a la Plaza de Toros, y que carecían de carpa y solo cobraban la voluntad tras terminar la modesta función, allí estaba yo, primero como niño, luego como adolescente y más tarde como padre. Sencillamente me apasionaba ese conjunto de habilidades, esa magia de puesta en escena, ese sentir de que asistiría a un repertorio sorprendente.
Me gustaba tanto el circo que recuerdo haber leído varias veces, algo que difícilmente hago, aquellas novelas de tema circense que escribió Enid Blyton, creadora de series como Los 5 Secretos y que describían un mundo sugerente, atractivo, aunque lleno de suspense y personajes de complicada catadura que dibujaban una forma de entender la vida.
Lo que ocurre es que después me fui acercando a esos circos ambulantes curioseando entre las jaulas y ya empezó a gustarme menos. Es más, en algunas ocasiones me parecían tan desagradables las condiciones en las que se desarrollaba la vida de esas fieras que poco a poco me fui distanciando y esquivando el riesgo de volver a contemplar tan penoso espectáculo.
Y debe ser por eso que empiezo a simpatizar con ese posicionamiento que partidos y asociaciones animalistas mantienen intentando que el mundo del circo se circunscriba a las habilidades humanas y vayan excluyendo los números con animales. Entiendo que, en muchos casos, ese es el mayor atractivo para llevar gente a sus gradas pero que lo hacen a cambio de unas condiciones que me parecen discutibles y poco respetuosas.
Ya hay localidades que han tomado la decisión de no autorizar en su suelo circos que contengan números con animales. La verdad, no espero que Daimiel se sume a esa iniciativa porque, a mi parecer, falta sensibilidad, piel, concienciación sobre este asunto y todo se mira como una concesión administrativa puntual para que el circo se instale independientemente de su contenido.
Yo debo estar haciéndome viejo o redescubriendo una sensibilidad hacia la realidad de estos seres vivos condenados a una vida errante, en condiciones casi nunca adecuadas, pero ya no miro el circo como una posibilidad donde ir porque por debajo de luces y oropeles vería animales sufriendo, desnaturalizados, condenados a su propio circo de tristeza y tortura.
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