No es posible entender por qué la vida puede mostrarse tan tremendamente cruel. Sabemos que sucede cada día, con una frecuencia insensata que no siempre queremos ver para podernos distanciar de tanta rabia, y que solo en esos momentos como ahora, cuando podemos poner nombre y cara a quienes les ocurre, nos dejamos llevar por la tristeza y la desolación.
Hoy ha muerto Gonzalo, un chaval de siete años, alumno de nuestro colegio, en ese esfuerzo diario que era su vida y la de una familia entregada y buena. Sí, creo que es necesario decirlo, buena gente de verdad y no una etiqueta recurrente por cuanto están ahora pasando.
Yo me lo cruzaba a menudo por las escaleras, esa barrera salvable pero dificultosa para él. O en los recreos. Y me parecía admirable su capacidad para superar unas circunstancias que arrastraba desde su llegada a la vida pero también el cariño y mimo de su hermano mayor.
Cuando durante el último trimestre del pasado curso tuvo que ser ingresado, y aún cuando todo parecía prolongarse más de lo debido, nadie podía imaginarse este desenlace tan desolador que ahora nos conmociona porque nos negamos a entender que suceda algo así.
No es la primera vez que vivo esto, ya hace casi dieciocho años que nos sucedió con Francisco, un niño de cuatro años, cuando estaba destinado en Villarrubia de los Ojos. Verlo un viernes bajo, agotado, como otras muchas veces por su problemática, y saber horas después que había fallecido te deja desarmado, sin comprender, profundamente cabreado con la vida, pero sobre todo pensando en su familia y ese terrible golpe con el que han de convivir para siempre. De la misma forma que ahora pienso en la familia de Gonzalo, en sus padres Manoli y Ángel, en su hermano Alberto, sus abuelos, tíos y primos, a los que por mucho que queramos acompañar en su pena, en su tristeza y su dolor, por mucho que queramos ponernos en su situación y comprenderlos, solo ellos sabrán del alcance de lo que les está sucediendo y que, en adelante, harán sus vidas diferentes.
Y nosotros trataremos de conservar en nuestra memoria a Gonzalo, el niño que fue mientras estuvo en nuestras vidas, pues el recuerdo es el mayor testimonio de inmortalidad y a él nos aferraremos.
¡Hasta siempre, Gonzalo!
Y nosotros trataremos de conservar en nuestra memoria a Gonzalo, el niño que fue mientras estuvo en nuestras vidas, pues el recuerdo es el mayor testimonio de inmortalidad y a él nos aferraremos.
¡Hasta siempre, Gonzalo!