Ayer, mientras hacíamos una pequeña fiesta de despedida con los alumnos de ambos Sextos, dos de ellas, que yo había tenido en clase durante Tercero y Cuarto y ahora formaban parte de la clase paralela a la mía, me preguntaron:
Javier, ¿nos vas a echar de menos?
Les contesté la verdad, lo que sentía, que ya llevaba dos años echándolas de menos, porque a pesar de verlas cada día tengo un recuerdo extraordinario de ellas, y sus compañeros, durante aquellos dos cursos que estuvimos juntos y me hubiera gustado haber podido seguir dándoles clase.
Ahora ya se van definitivamente, comienzan otra etapa de sus vidas en el instituto y, posiblemente, ellas me olviden antes de que yo pueda borrarlas de mi memoria, porque estos finales de curso en los que vas dejando el grupo con el que has estado dos años, incluso con parte de ellos cuatro, son bastante duros porque uno va sintiendo que se multiplican esas pérdidas emocionales y ya, a un nuevo día de clase, no reconocerás sus rostros sino otros diferentes que, ocupando su lugar, serán entonces mi nueva prioridad.
Esta tarde es su graduación, un adiós formalista y necesario, un paso del ecuador para unos chavales que van caminando hacia la adolescencia cargados de ilusiones e inquietudes y que aspiran a comerse la vida sin ser devorados por ella. Y uno no puede evitar sentirse parte de ese camino, el recorrido hasta ahora, deseando haber aportado algo de equilibrio, de reflexión, de aprendizaje, en esa mochila vital que ha de ayudarles en el camino de la vida. Como no se puede evitar, ni quiero, borrar la huella que cada uno, a su manera, ha ido dejando en mí durante este tiempo de vínculo, que al fin no deja de ser lo más valioso de nuestro trabajo como maestros.
Es posible que nuestros caminos difícilmente se entrecrucen. Nos hicieron importantes durante un tiempo y fueron lo fundamental, durante ese mismo tiempo, para nosotros. Pero la vida ha de seguir, se acercarán de cuando en cuando a visitarnos, prenderán de sus memorias frases, gestos, anécdotas, para tratar de no olvidarnos mientras nosotros, sus profesores, haremos lo mismo para dejarles un hueco decisivo en nuestros recuerdos y desearemos que, al menos, elijan quedarse con lo mejor que les pude ofrecer de mí.
Es curioso ese paso del tiempo cuando ahora, entre estos alumnos que ya se van, algunos de sus padres y madres me tuvieron como maestro hace un cuarto de siglo, y logro recuperar muchos de los recuerdos que tengo sobre ellos de la misma forma que me aferro a no olvidar jamás a sus hijos.
Será un día triste como ha de ser un día feliz. Sabremos de sus logros, también de algunos fracasos. Desde la distancia creceremos con ellos y disfrutaremos con lo que consigan. Pero sobre todo desearemos que sean felices y que en ese brillo de felicidad nos hayamos podido colar porque nuestro trabajo, así, tendría todo el sentido.
Hasta siempre Adrián, Olga, Hanane, Ángela, María, Susana, Sergio, Irene H., Javier, Alejandro, Fernando, Miguel Ángel, Lucía, Borja, Lucía Lin, Paula, Tomás, Antonio, Irene S., Samuel, Rodrigo. Pero también a quienes estuvieron aquellos dos cursos de 31 y 4º conmigo y que también se gradúan hoy: Jesús, Inés, Jhonatan, Esperanza, Julián, Irene H., Silvia, Manuel, Alberto y Javier R., y al resto, con los que he compartido excursiones y algunas actividades que me sirven para estar seguro de que me hubiera gustado tenerlos como alumnos: Janire, Carla, Alicia, Javier M., Rodrigo M., Adrián, Rubén, Elena y Diego.
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