Cuando uno necesita protestar contra los recortes que se están produciendo en educación uno puede elegir distintos aunque pocos caminos:
Puede ir a las manifestaciones que se convocan.
Puede encerrarse en el colegio.
Puede realizar una campaña informativa entre la comunidad escolar.
Puede secundar las huelgas convocadas.
Puede limitarse a cumplir estrictamente con su horario laboral y declinar su participación en aquellas actividades complementarias o extracurriculares que se le propongan.
Cualquiera de ellas es legítima para defender unas condiciones laborales y la situación de la enseñanza, y cada persona, de entre las convencidas de que hay que hacer algo, se decide por una, varias o todas de las existentes.
La mayoría de ellas tiene una escasa o nula incidencias entre los alumnos. No así la última, que en ocasiones es la escogida para hacer ver el malestar de los docentes y que entienden que los recortes, puestos a llegar, tienen que afectar a estos aspectos. Y esto ha sido debatido, seguramente, en muchos centros, decidiendo unos colegios adoptar esas medidas y otros renunciar a esta medida. Y, de cualquier modo, la decisión habrá sido meditada. Y por eso yo no voy a discutir si deben o no hacerlo aunque yo, en esa diatriba, he decidido seguir participando de este tipo de actividades, esa parte que siempre es voluntarista, opcional y fuera de las obligaciones laborales predeterminadas.
Entiendo a muchos compañeros que creen que los efectos de los recortes deben ser sentidos por todos, que la gente debe entender que no deben quedar al margen ni reducir a los docentes la lucha por unas condiciones que afectan a toda la comunidad escolar. Y eso implica sacrificios que dan por buenos por una causa justa.
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