No sé si la diputada de Podemos estuvo acertada llevando a su bebé al Congreso pero lo que quedó en evidencia, una vez más, es lo difícil que es ser madre para una mujer, lo cotidianamente discriminatorio que resulta para ellas el embarazo, el parto y la crianza en los primeros meses de sus hijos. Sabemos de personas que posponen la opción de ser madres por miedo a perder sus trabajos, las que ocultan hasta que ya no es posible su gestación para evitar la rescisión o la no renovación del contrato, el malestar con el que se acoge la llegada de una nueva compañera si se sabe que está embarazada, las dificultades para poder conciliar mínimamente un trabajo con la condición de madre pero que casi nunca sucede con la condición de padre.
No tratemos de ser hipócritas para tratar de pasar por modernos, para la mayor parte de la masa laboral una embarazada es un incordio, un campo de ausencias, una carga laboral a repartir, una situación lesiva para las empresas y un montón de cuestiones adobadas por el prejuicio, pero, eso sí, de cara a los demás no existe tal cosa y todo debe ser favorable a que nazcan muchos niños y niñas.
Están los de siempre, esos que dicen que "hace cuarenta años se tenían muchos niños sin tantas facilidades y zarandanjas", pero ninguno los verás vivir su vida como hace cuarenta años sino con las comodidades de 2016 que puedan pillar.
Los hay que debe haber más facilidades para las embarazadas, a nivel laboral, pero siempre que sean otras distintas a las de sus empresas porque le afectan y entonces, ¡ay amigo!, las cosas se ven de otra manera.
Los hay quienes directamente creen que las mujeres deberían estar en su casa, sin trabajar, y así el embarazo no sería el problema que es, en esa visión aún más retrógrada y estúpida.
Claro, también están los que entienden el problema, los que piden que se establezcan condiciones desde el Estado para que se promocione la maternidad, pero piden que lo costee íntegramente las administraciones.
Y también los que han comprendido que los hijos, sean de quienes sean, terminan por ser un patrimonio común, la garantía del futuro y de sus pensiones, la base de un porvenir y un progreso, la mayor riqueza de una sociedad, y hasta defendería unas mejores condiciones para que la maternidad no sea un obstáculo sino un deseo que se viera favorecido por las circunstancias.
Bueno, luego está el Estado, las administraciones a todos los niveles, que deberían ser los que apostaran fuerte por este objetivo en vez de quejarse que seamos de los países con menor porcentaje de nacimientos del mundo mundial y quienes deberían ser los arietes de esta pelea por mejorar las condiciones, ya que tienen todos los instrumentos para hacerlo, y marcar la popa al resto de la sociedad. Han mejorado las condiciones en las últimas décadas pero sigue siendo insuficiente y, de nuevo, han muerto más personas que nacido en España en este 2015 que acaba de finalizar.
No puede ser la maternidad un castigo, un lastre, un freno, una rémora, una traba, un obstáculo. Ni se puede ni se debe colocar ese peso sobre las familias, especialmente las mujeres, pero vemos cada día cómo se sigue contemplando un embarazo, una crianza, como una "condena" laboral para quien se lanza a ella.
No valen las buenas palabras, que de eso hay mucho, ni los buenos propósitos, que también abundan. Hace falta acciones, decisiones, iniciativas para cambiar ese panorama, realmente desolador. Necesitamos niños pero, antes, necesitamos que elegir tener hijos no pueda ir contra quienes van a tenerlos. Y necesitamos, también, que las condiciones en las que vivan y crezcan sean mejores, favorecidas por una conciliación que facilite el acceso al trabajo de las madres sin menoscabo para los propios hijos.
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