"Tanto Luchi, tanto Luchi...¡y se llama Luciana!".
La frase es de Gracita Morales en "La ciudad no es para mí", pero ya forma parte de las expresiones populares que metemos, de vez en vez, en la conversación para expresar a lo que se da tanto bombo para luego no dejar de ser lo de siempre. Pues eso me sucedió ayer con el debate a cuatro que tanto se ha promocionado y tanta expectación creó para luego resultar bastante anodino y no salirse ninguno de su estudiado papel, que por cierto ya lo tenemos sabido desde meses.
La verdad es que no pensaba verlo después de tanto machaque y promoción y advertía ya a mis amigos que iba a ser lo de siempre, pero al llegar a casa pongo la tele y justo va a empezar y decido entregar casi dos horas y media de mi vida a confirmar mi opinión, cosa que sucede.
Porque es evidente que todo estaba muy ensayado, muy preparado, que la naturalidad brillaba por su ausencia y, desde la primera respuesta de Soraya por la ausencia de Rajoy hasta el minuto incompleto final de Iglesias que cerró el debate apenas hubo desvío sobre el plan inicial preparado por los candidatos y sus asistentes.
¿Y que vi?
Un Sánchez flojo aunque propositivo, el más rígido y anquilosado en el discurso, con hasta las puyas, los gestos y las sonrisas más de guión forzado. No transmite, ese es su verdadero problema, carece de carisma personal y va de alumno aplicado que se sabe muy bien el papel pero no logra intensidad, emoción, comunicación. Su discurso es eso, puro discurso, sin cuajo.
Una Soraya que sabe estar, que se reconoce mejor que el escondido en Doñana, que explica bien las cosas y no le importa hacer trampillas dialécticas como intentar ignorar que desde que gobiernan ha crecido el número de nacionalistas catalanes. Tiene oficio, fuerza, personalidad, y no se iba a achicar frente a sus tres opositores que, hay que decirlo, tampoco se cebaron. Digamos que supo torear, y sin faena brillante, más bien de aliño con algún detalle de valor, salió reforzada del debate.
Un Rivera que empezó nervioso, que está en ese papel de querer gustar a todo el mundo, que se moja poco y que tiene muchísima desenvoltura en este tipo de debates. A lo tonto le gusta repartir mandobles a diestro y siniestro como dejando caer las cosas y aunque no se sale nunca del papel al contrario que Pedro Sánchez transmite bastante más, se le nota mayor convicción y empaque y sabe rentabilizar sus apariciones. Juega como nadie con la ambigüedad discursiva y con representar la otra política, la todavía limpia que puede reclamar regeneración.
Un Iglesias que es el animal político que todos reconocen, que disfruta en estos debates porque sabe que es el que crea más expectación y también más rechazo, lo que suele dar como ganador de las encuestas vía internet pero que si preguntaran por el perdedor casi estoy porque también ganaría ahí. Lo cierto es que aunque dialécticamente es rápido, ágil, también es el que más meteduras de pata comete con los datos y los números. Estuvo como siempre, sabiendo que tiene que aprovechar cada aparición porque, como Rivera, también sabe rentabilizarlas y la visibilidad, conjugada con los cambios de discurso hacia la moderación, puede hacer subir sus expectativas.
¿Algo distinto a lo que esperaba?
No, salvo quizá ese "¡paga, Monedero, paga!" del calentón de Soraya para querer contrarrestar el "¡se fuerte, Luis!" que ella misma sabía que son incomparables, se tome como se tome y me pareció la única pérdida de papeles de la vicepresidenta queriendo combatir una enorme bola de fuego con un escupitajo, aunque la rápida reacción en contestar jugara a su favor.
¿Y qué no vi?
A quien teníamos que ver sí o sí, aunque en ese formato se hubiera llevado la del pulpo, con lo cual el PP salió ganando. Pero no quita que era el, Rajoy, quien debiera haber dado la cara como candidato y que esta ausencia le pasará factura como lo del plasma.
Y después, apague la tele y me fui a acostar, que el sueño ya lo tenía empezado. Tanto Luchi, Tanto Luchi...
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