El acoso laboral, el acoso general, es una suerte de gran invisible complicado de demostrar. Cualquiera conoce situaciones puntuales, quizá punibles, pero es más difícil seguir un proceso continuado de acoso porque quien lo realiza suele cuidarse muy mucho de darle publicidad o realizarlo ante terceros y, en algún caso, hasta puede que cuente con la complicidad, por acción u omisión, de esos testigos. Y no nos engañemos, el acoso laboral queda en casi nada, penalmente, si no se demuestra cierta continuidad en el tiempo de la conducta acosadora.
La situación real suele ser devastadora cuando el acoso se produce porque, sencillamente, se ataca a la estabilidad emocional del acosado, se perfila como un ataque sistemático contra la autoestima de la persona que sufre esa actitud y que no siempre se da entre superiores y subordinados sino que puede darse entre iguales. Hacer sentir a alguien inútil, someterla a desprecios o ignorarla sistemáticamente, discutir cualquiera de sus iniciativas o descalificar su trabajo, amonestarla públicamente y de forma reiterada, son sólo un ramillete de actitudes que pueden esconder un acoso laboral que puede terminar por derrumbar a cualquier persona que suele caer, en muchos casos, en la tentación de creerse responsable del comportamiento de los demás e interiorizar su culpa.
El verdadero problema, creo yo, en estos casos, es la desprotección, la incomprensión ante lo que le sucede, la indefensión, y unido a todo ello, si uno inicia la vía legal, el tiempo, largo tiempo, que discurrirá en un proceso complejo y que jamás resarcirá lo vivido.
No sé si recuerdan el caso de esa mujer que trabajaba en un concesionario de coches y cuyos jefes, entre otras lindezas, la colocaron durante días en el escaparate, sin tarea ninguna, para forzar su renuncia. Fueron condenados a un año de prisión, que no cumplirán, y una indemnización de 11.600 euros que, demostrado los daños psicológicos producidos y de los que no se ha recuperado, parece ridícula. Y eso con pruebas fehacientes y hasta el reconocimiento explícito de los condenados:
http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/un-ano-de-carcel-para-los-empresarios-que-exhibian-rsquo-a-una-empleada-en-escaparate_733707.html
El acoso laboral, pues, cuando es auténtico, termina laminando a la persona acosada con consecuencias difíciles de determinar pero siempre graves, y no sólo destroza a la persona afectada sino que es relativamente fácil que incida sobre el entorno familiar, sentimental o de amistad de la persona acosada.
No quiero yo con esto entrar en ninguna situación particular local que ha surgido en este momento porque desconozco todo lo relativo al asunto y sería irresponsable meterse así en ese caso, por tanto que nadie quiera ver aviesas intenciones que no vienen a cuento puesto que no es el caso ni dejaré que se vincule a esta entrada nada relativo a ese asunto particular que quiero dejar fuera de lo aquí planteado. Simplemente tomo el tema del acoso laboral porque prosperan muchas noticias, a nivel general, sobre este tipo de asuntos y está de actualidad, y cuando uno retrocede en la memoria termina por reconocer algún caso mínimo, puntual, no continuado, vivido en terceros y ante los que quizá, en su momento, no supimos apreciar otra cosa que una pataleta, una discusión o un desaire, porque el gran invisible suele pertrecharse bien para pasar desapercibido en su labor devastadora y sólo en algunos casos nos permite conocer alguna situación que nos haría reinterpretar nuestra primera impresión de algo ocasional, quizá cuando ya fuera demasiado tarde. Y sentirnos culpables casi sería entonces una forma de autoexcusa por no entender lo que podía venir sucediendo.
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