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martes, 16 de agosto de 2016

DAIMIEL, LA CIUDAD DONDE SOLO MUEREN MUCHACHOS Y MUCHACHAS (Página nº 3823)



Decía mi cuñado, entre veras y broma,, que se había acercado a limpiar las sepulturas de su padre y su jefe y, en esas, echando un vistazo al camposanto, se percató de que conocía a la mayoría de los allí enterrados. Luego salió a la calle, de vuelta a casa, y se asombró de no conocer a casi nadie de los que se encontró. Entonces fue cuando se dio cuenta de lo mayor que era.

Aquí en Daimiel, si alguna vez te acercas a ver una esquela recién colocada se puede ver a un grupo de gente, alrededor, tratando de identificar al fallecido. Si hay foto o se ha insertado el apodo familiar seguramente será más fácil pero si no uno puede empezar a escuchar conversaciones cruzadas dando cuenta de direcciones, parentescos, acontecimientos y otras referencias para intentar que el otro termina por saber quién es el difunto. Es increíble, a veces, la cantidad de información que se genera en esos grupos de curiosos para lograr que quienes están junto a ellos terminen por saber de quién se trata.

Pues bien, en esas conversaciones aparece con muchísima frecuencia ese otro rasgo que permite identificar que uno es muy mayor, y es escuchar referirse al finado como "muchacho" o "muchacha" a quien en la esquela aparece haber fallecido con setenta y tantos u ochenta y tantos años:

-¿Quién se ha muerto?

- Una muchacha que vivía por la Paz...si hombre, esa muchacha que sirvió en la casa de los Pinillas, que se casó con un muchacho de Villarta que era ferroviario y se fueron a Alicante... que luego se quedó viuda y se vino con sus padres..., ¡sí, Mari, que al chico mayor lo atropelló la "guada"!...

-¡Ah!, ¿esa muchacha?, ¿que su padre se cayó en la tinaja, que menos mal que estaba vacía?...

-Sí, coñe, la muchacha esa... tú verás, con ochenta y dos años...

Y es que en nuestra ciudad, si tú te metes en uno de esos corrillos informativos habitualmente llegarás a la impresión de que en Daimiel solo mueren muchachos y muchachas, y sabrás que estás muy mayor cuando, ante una esquela, te sorprendas dando explicaciones que empiecen hablando de muchachas y muchachos.


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sábado, 30 de julio de 2016

DAIMIEL, 172 EN EL RANKING NACIONAL DE SUICIDAS (Página nº 3782)

Hay ranking para todo, como puede comprobarse, y hoy me encuentro con éste que publicaba El Español hace algún que otro día y que establece el ranking de suicidas a partir de los datos comprendidos entre 2000 y 2013 y sobre un total de 765 municipios más poblados de España.

Ésta es concretamente la gráfica, con datos adjuntos, que aparece al seleccionar nuestra ciudad:



Nunca he sabido determinar si el suicidio es un acto de cobardía o de valentía, pues acaso dependerá de las circunstancias concretas. Ni siquiera sé cuanto de consciente o inconsciente puede haber en una acción así. Lo que tengo claro es que he conocido bastantes casos, alguno incluso en el plano familiar, y siempre nos conmociona una muerte así.

El caso es que Daimiel se mueve por encima de la media, aunque lejos de Alcalá la Real, que encabeza este ranking nacional con casi un dos por ciento por encima de la media y con picos de hasta 9 fallecimientos por esta causa. Y que los suicidios en España han ido aumentando en esta década y media sobre las cifras del pasado siglo.

Lo dejo aquí como curiosidad, puesto que quien conoce este blog sabe que me gusta hacerme eco de datos relativos a nuestra ciudad.. Y si puede servir para menguar las cifras y bajar en el ranking...¡pues mejor que mejor!

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viernes, 1 de abril de 2016

NI MORIR SE PUEDE TRANQUILO (Página nº 3560)

Me lo han ofrecido alguna ve pero siempre me he negado, quizá porque mis padres siempre desoyeron la oferta o como una forma de ignorar lo que suceda, pero eso del "recibo de los muertos" creo que forma parte de una forma de concebir la vida muy de nuestra tierra, donde está muy extendido eso de pagar cada mes el recibo que garantice el pago de los gastos, muchos, cada vez más, que supone morirse, porque hasta el dejar de existir está fuertemente mercantilizado y aseguradoras, funerarias y ayuntamientos quieren su parte del pastel.
 
Muchas veces, cuando estaba en casa de amigos, llamaban a la puerta y alguien decía: ¡Mamá, el de los muertos! y allí que iba la madre en cuestión con el dinero apartado para pagar aquella cantidad, quizá pequeña pero perpetua, porque una vez comenzado a pagar ya no había vuelta atrás.
 
Cuando murió mi padre, ya hace quince años, me pasaron a enseñar unos ataudes, dos o tres. Al decirles yo que mi padre no tenía seguro me pasaron a otra habitación donde había mucha más variedad de maderas y diseños. Pensé, recordando a los pagadores de aquel eterno recibo, "toda la vida pagando para que te ofrezcan unos modelos básicos, elementales, rutinarios", aunque luego, claro, la lógica se impuso para reafirmarme en que llegados a ese punto que más daría tanto diseño y prestación para el propio finado.
 
Pero supongo que vivimos demasiado hacia afuera, que nos gusta ese cierto alarde post-mortem, o acaso a nuestros familiares, y hemos magnificado la muerte de esa manera ceremonial que cada vez hace más prohibitivo morirse, porque ni eso se puede hacer tranquilo, al margen de tasas, impuestos, espacios y ceremonias, y quedar solo en el recuerdo de quienes de verdad te quisieron.
 
 
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jueves, 28 de enero de 2016

VULNERABILIDAD (Página nº 3458)

Hoy es un día marcado en el calendario. Hace 43 años que murió mi hermano por una septicemia. Amaneció con fiebre altísima y apenas doce horas después fallecía sin que los medios disponibles en ese momento pudieran hacer nada por él. Tenía 15 años y yo solo diez, compartíamos habitación y aquello cambió mi vida,  a medias por esa sobreprotección que el dolor y el miedo de unos padres superados por la tragedia personal no pueden controlar y a medias porque cierto pánico a la muerte también se instaló en mí de forma inevitable.

Ahora lo puedo contemplar como una fase más de mi vida, aunque sé que imprimió carácter y me volvió retraído, temeroso, vulnerable, y la vulnerabilidad es un estado complicado de manejar a esas edades. Y en esa situación en mi vida se marcó una barrera ilógica pero definida, la que me hizo pensar que si superaba los quince años ya sería poco menos que inmortal.

Puede que sea una tontería pero yo era un niño y esa frontera se trazó como un objetivo vital que ni tan siquiera dependería de mi voluntad. Y juro que los trece años, con una enfermedad que me obligó a un reposo absoluto de dos meses, y los catorce años, tuvieron mucho de angustiosos, como si se tratara de un todo o nada vertiginoso que aparecía con cierta frecuencia para amargarme la vida.

Pero cumplí los quince. Aquel cumpleaños lo recuerdo como uno de los más felices de mi vida hasta ese instante, como una liberación que se siente de tal manera que te devuelve esa invulnerabilidad perdida y te hace ver la vida de otro modo. Ya sé que era pura elucubración, esa manera casi mágica que los chavales tienen de explicarse el mundo, pero para mí fue como soltar todo el lastre que me ataba a un destino contemplado desde el pesimismo.

No he vuelto a tener jamás miedo hasta este episodio hospitalario de septiembre, no porque pensase en una situación irreversible sino porque volví a sentir la vulnerabilidad y me asustó. Sentirse vulnerable dispara la mente porque te conduce a advertir cualquier cosa que sucede en tu cuerpo, a preguntarte por ello, a ponerle motivo, y yo que soy una persona positiva, que en temas de salud nunca voy por delante y dejo que las cosas sucedan, temía caer en la tentación de preocuparme, de dejarme llevar y someterme a esa espiral que ya no controlaría. Estoy reaprendiendo a sentirme invulnerable. No es que ayude la edad pero sí la mente, y creo que por ahora voy venciendo.


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domingo, 8 de noviembre de 2015

CONTRA LA LÁSTIMA (Página nº 3332)

A veces hay acontecimientos que nos conmueven, que nos hacen meditar profundamente porque resulta difícil enajenarlos a nuestros sentimientos aunque hayamos vivido casi de espaldas a ello mientras no sucedía, aparentemente, nada. Pero lo cierto es que, con apenas unos días de diferencia, en Daimiel han fallecido dos niños, grandes dependientes, y si ya es una tragedia que un pequeño fallezca aún resulta más difícil sobreponerse a esta doble pérdida de unas vidas duras, complicadas desde el mismo nacimiento, por el que ellos mismos y sus familias han luchado segundo a segundo, porque no podía ser de otra manera.

Es muy complicado acercarse a esa realidad diaria. Es más, soy consciente de que ni por asomo comprendemos lo que ha sido la vida de estos niños, de sus padres y hermanos, desde el segundo uno, y eso a pesar de que cuando nació mi hija, con apenas treinta semanas de gestación, todas las sombras recayeron en mi mente y viví la incertidumbre de cualquier posibilidad. Todavía recuerdo a una monja, asistente en el nacimiento, decirme "el parto se ha dado bien pero no deben hacerse ilusiones", las largas horas pasadas frente a la puerta de la UCI neonatal o las palabras de la doctora, al recibirme, indicando que aún era demasiado pronto para saber como habría afectado un nacimiento tan precoz. Y vuelvo a ver a todos aquellos niños prematuros, algunos con situaciones que no llegaron a superar, otros con afecciones que les convirtieron en grandes dependientes, antes de saber que mi hija no tendría ningún tipo de secuela para llevar una vida normal.

A estas familias las conocía de vista y cierto es que el primer acercamiento a su situación es de lástima, quizá el peor de los acercamientos, porque ellos, estoy seguro, no querían dar lástima, lo que deseaban era ayuda en su situación, acompañamiento, sensibilidad. Sentirse arropados por los más cercanos pero también por las administraciones, que no siempre han estado a la altura de las circunstancias, que han sido en algún momento mezquinos con estas familias sin entender que los recursos no eran caprichosos sino de una necesidad extrema.

Hace unos meses, en el colegio, nos conmovió a todos el cuento de María sobre su hermano, ahora fallecido, porque nos colocó en la situación sin escapatoria, porque nos hizo comprender el peso de ese hermano en la vida familiar y entender el amor que la movía en sus palabras. Por eso ahora, cuando escucho a muchas personas hablar de que esos fallecimientos podían terminar siendo terapéuticos para las familias, a pesar de la tristeza inicial, que podían devolverles a una vida normal, yo tenía claro que no, que les devolverá tiempo, puede que vida propia, que sabrán poco a poco ir aliviando el luto en sus vidas, pero que siempre vivirán con ellos porque se han entregado tanto, han sabido quererse tanto, que la normalidad no consistirá en lo que los demás creemos.

Ahora sí, seguirán necesitando el apoyo de los más cercanos, los padres pero también los hijos que han vivido esa impresionante conexión con sus hermanos hasta hacerlos centros de sus vidas. No necesitan lástima, que es un sentimiento odioso, necesitan que se esté con ellos, que se les acompañe en esta dura travesía que ahora les llega. La pena, la tristeza, parecen naturales ante algo así a pesar de que apenas vislumbramos su alcance, pero la lástima no hace bien, no sirve, hasta causa daño.

Solo espero que la vida les devuelva dones con los que ir superando este dolor.


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lunes, 19 de octubre de 2015

¿QUÉ PUEDE LLEVAR A UN NIÑO DE 11 AÑOS A SUICIDARSE? (Página nº 3306)

Fue noticia la pasada semana, una de esas noticias que conmocionan siempre y desnudan parte del alma humana, capaces de crear las condiciones para que un niño pueda tomar una decisión tan trágica. Y en este caso todavía más porque uno piensa que a los once años nadie puede albergar la muerte en su pensamiento y solo una situación dramática, insuperable, torturadora, puede abocar a tomar esa decisión.

La sociedad tiende a negarlo pero quizá porque es consciente de que las situaciones de acoso se producen con demasiada frecuencia en todos los ámbitos y nos negamos a creer que eso puede ser así. Por ello, creo, que muchas veces se minimizan las circunstancias, se desvisten de la gravedad que tienen, incluso no se le quiere dar el crédito que merece porque nos cuesta pensar que a nuestro alrededor haya personas capaces de acosar y martirizar a compañeros hasta el punto de llevarlos al abismo y casi siempre sin un motivo mayor que el de explotar una supuesta inferioridad o debilidad que no suele ser otra cosa que la diferencia.

Pero no nos engañemos, la sociedad se inhibe porque no soporta su propia debilidad para combatir esas actitudes. No es que las premie, es que no las penaliza, es que vive la perversión de tratar de justificar siempre lo sucedido, de victimizar incluso a los acosadores sin conferirles la propia voluntariedad de sus actos o la consciencia de lo que hacen. Y no digo que los acosadores tengan la voluntad última de llevar al suicidio a alguien, lo que expreso aquí es que sí son conscientes del dolor y los estragos morales que causan, que saben perfectamente que están haciendo algo reprobable y que el silencio les rodea y les fortalece.

Porque esa es otra, la víctima casi siempre se refugia en el silencio, modifica su comportamiento, sí, que es una forma de gritar que algo sucede, pero difícilmente verbaliza su estado anímico y solo en algunos casos pedirá auxilio fuera del ámbito familiar.

¿Qué habrá vivido un niño de once años para lanzarse por una ventana?, ¿qué clase de compañeros han sido capaces de conducirlo a una decisión tan drástica?. ¿cómo es posible que nadie viera, escuchara, notara nada?, ¿cómo que nadie interviniera para atajar esa situación que llevaba más allá del límite a una criatura?

Yo, en treinta años de profesión, he conocido algunas situaciones que iniciaban una forma de acoso. Se pudo intervenir porque siempre alguien te ponía en el camino, a veces, pocas, el acosado, pero otras la familia, algún otro compañero, de modo que pudo siempre corregirse la situación. Pero no dudo de que la herida moral es difícil de borrar, que deja, por mínima, una huella indeleble que lleva a la desconfianza, el temor, la inseguridad.

Ser diferente debiera ser una virtud pero la diferencia, muchas veces, es un objeto de marginación, acoso, dolor, por parte de quienes siendo más débiles tratan de someter desde la fuerza, el desprecio, la violencia física, para parecer más poderosos. Y solo nos alteramos, nos sobrecogemos, cuando alguien demasiado joven para morir solo creer encontrar esa salida, cuando ya todo es demasiado tarde.

No nos engañemos, el silencio es lo peor que les sucede. El propio silencio de la víctima pero también el rotundo silencio de los testigos de ese acoso, los que no quieren hablar por diversas razones y que con ese silencio crean las condiciones ideales para que los acosadores sigan obrando con impunidad.

Y lo siento, hoy escribo casi tanto con las tripas que con la razón, aunque la razón evite el lenguaje que me piden las tripas.


Enlace:



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viernes, 2 de octubre de 2015

EL DERECHO A UNA MUERTE DIGNA (Página nº 3286)

Siempre he creído en esa capacidad que las personas tienen de suplantar la realidad con explicaciones que, de otro modo, no parecen tener respuesta. Ese concepto mítico es una forma de seguridad aunque un territorio ciertamente movedizo y que ha dado lugar a todo tipo de elucubraciones capaces de salvaguardar ese seguridad de la que hablo en las personas aunque a costa de no someterlas demasiado a escrutinio. Sin embargo la ciencia, el conocimiento, han ido acotando cada vez más esa vasta extensión desmitificando, desmontando, descomponiendo, muchos de los viejas creencias arcanas y obligando a cuestionarnos la verdad desde una realidad empírica, razonada, demostrable. Y cuanto más crece la ciencia, el análisis, la búsqueda de respuestas racionales el espacio creativo de respuestas se va menguando.

Yo no puedo sustraerme a ese avance científico, a la búsqueda racional del por qué de las cosas, incluso cuando pone en peligro ese otro terreno de lo espiritual y lo simbólico que, respetando a los demás, apenas ya poseo. Y entiendo que esos avances nos mejoran, dar mejor respuesta a lo que nos rodea y permiten progresar hacia un futuro más humanista, sí, además de mucho más coherente.

En este punto quiero abordar el tema de la eutanasia, o más bien, el derecho a elegir una muerte digna. Es evidente que estoy a favor de esa elección, a tener en mis manos la capacidad de decidir sobre mi vida por encima de deudas morales o religiosas, simplemente atendiendo a una realidad que se corresponde con datos médicos, perfectamente medibles, y que hablan del deterioro, el dolor, la irreversibilidad de procesos vitales.

Nos han dicho muchas veces que pretendemos jugar a ser dioses si queremos tomar una decisión así, ¿qué dioses?, ¿aquellos mismos cuyos designios nos son incomprensibles muchas de las veces y para los que solo nos demandan fe, comprensión y resignación? ¿O "dioses" perfectamente humanos que se niegan a prolongar una situación ya imposible y pretenden que el dolor, la agonía y el sufrimiento no puedan extenderse en el tiempo?

Puedo entender que las personas con profundas creencias espirituales opten por agarrarse a una posibilidad de milagro, que en el fondo quieran entender que toda decisión les es ajena y encomendarse a ese algo que tratan de imaginar desde el fondo de sus corazones y su fe, pero no quiero que ellos decidan sobre mi vida ni sobre mí, no quiero que una sociedad me imponga una decisión que es mía o de los míos, como no quisiera imponer la eutanasia como un modelo incuestionable y obligado. Quiero poder elegir sin que las "seguridades" o "prejuicios" de otros recaigan sobre mi vida.

Es curioso, desde ese punto de vista espiritual, religioso, hemos ido aceptando avances que, digamos, hace siglos torcerían la voluntad de los dioses. La religión se ha ido doblegando a la ciencia en favor de la vida y así transfusiones, transplantes, etc... han sido aceptados a pesar de que mucho tiempo atrás, siglos, fueran objeto de escándalo, persecución, juicios sumarios por brujería. Si lo pensamos desde aquel prisma una transfusión, un transplante, una operación, eran formas de torcer la voluntad de esas deidades omnímodas a cuyos designios debíamos entregarnos por completo. Pues bien, si lo hemos hecho por la vida, si hemos sido capaces de asumir para la vida toda esa serie de progresos, ¿por qué nos hemos olvidado de la muerte para otorgarle la dignidad necesaria a quien quiere dejarla, voluntariamente o a través de sus progenitores, cuando su situación ya es irreversible y nada justifica prolongar esa situación?, ¿y por qué seguimos dejando que sean los dilemas morales quienes pesen en tamaña decisión cuando la ciencia nos está hablando de que ya no hay nada que hacer?

Insisto, respeto las decisiones y creencias de quienes estén convencidos de que ellos no tomarían una decisión así pero reivindico el derecho a un marco legal que permita mi propia decisión y la de los míos. O los de los padres de Andrea, esa pequeña de 12 años que ha vuelto a poner en la actualidad, como en otras ocasiones, la eutanasia y el necesario derecho a tener una muerte digna.



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jueves, 3 de septiembre de 2015

UNA TRÁGICA MUERTE QUE NO LOGRARÁ CAMBIARNOS (Página nº 3262)


La imagen es terrible, pero no solo por que signifique la tragedia de un niño de tres años ahogado en una demencial travesía hacia un futuro que se presentaba claramente incierto sino porque evidencia en su inocente fatalidad el grado de deterioro humanitario al que hemos ido llegando y donde la vida de algunos no parece valer absolutamente nada en tanto se sobredimensiona la de muchos otros por causas tan pueriles que aún logran ahondar más el drama de quienes parecen debatirse entre la muerte segura de su situación vital y la muerte probable de esa huida casi necesaria.

La escena puede ser sobrecogedora pero, desde este lado del mundo, hemos ido aprendiendo a no mirar, no escuchar, casi no sentir pasando de inmediato página. Empatizamos mínimamente, como para demostrar pena, adhesión, pero volvemos de inmediato a lo nuestro. La vida de ese niño, que deseamos anónimo, logra conmovernos pero evitamos acercarnos al lado real de la tragedia, a la razón final que ha dado con ese frágil cuerpo junto a una playa VIP, esa Marbella turca que señalan algunos medios.

La realidad es que el color de piel, las fronteras, la ideología, la pobreza, la religión, las variaciones étnicas, son las verdaderas fronteras por las que muchos seres humanos pierden la vida, por la que aparecen gran parte de la miseria que todos vamos atesorando, a veces contra los demás. Son las causas de las guerras, las persecuciones, los ataques, en los que buena parte de las poblaciones se ven envueltas sin encontrar otra salida que escapar y anhelar refugio más acogedor. Pero para entonces, ya los hemos despersonalizado, convertidos en número, para que no nos conmuevan, para no sentirnos obligados a su auxilio, y aunque nos altere ver a esa pequeña criatura batido por las pequeñas olas que llegan a la orilla y hacen mover su cuerpo sin vida en el fondo no nos movemos un ápice de la compasión.

Vendrán otros muertos, muchísimos más, y nos dolerán imágenes como estas, pero no habremos hecho casi nada por evitarlas como no lo hicimos nunca, porque las soluciones, siquiera parciales, tampoco serán tomadas. Y ahí seguirán las fronteras, los colores de piel, las religiones, las diferencias étnicas y culturales, las ideologías políticas, las economías podres y acaudaladas, trazando nuevas rutas para terminar muriendo trágicamente pero sin tocarnos al resto lo suficiente el corazón como para alentar a que se tomen decisiones. Convivimos con ese dolor pero nos impermeabilizamos contra él, blindamos el corazón contra la realidad relevante y deseamos que nunca nos toque pasar por ello. Y exigimos fronteras, aplaudimos diferencias, exaltamos patrias y potenciamos singularidades, como si de verdad eso fuera mucho más importante que nuestros prójimos.

Lo peor de esa imagen, amén de la propia muerta de Aylan Kurdi, es que será una muerte inútil más de la que ni aprenderemos ni nos hará cambiar el rumbo demencial de nuestro destino como colectividad humana.


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domingo, 26 de julio de 2015

CALOR MORTAL (Página nº 3248)

Ayer me contaban un chiste:

- Ha muerto de un golpe de calor

-Ya, ya, señora, pero baje la plancha y levante los brazos.

A veces necesitamos convertir en humor negro lo trágico, como hacía Chumy Chumez, aunque la realidad no dé para un chiste. Y es que estamos viviendo en Daimiel un verano desventurado en el que el calor, en algunos casos, parece actuar de desencadenante o, quizás, agravando las condiciones de algunas personas. Solo así se explica, y lo hago sin ningún rigor científico, la cantidad de fallecimientos que está habiendo en nuestra localidad. Raro es el día que no hay alguno, pero aún llama más la atención que ya ha habido varios días en los que se han producido tres y hasta cuatro entierros anunciados por las esquelas en las puertas de las parroquias o el tañido de sus campanas.

Queremos recordar que este calor, que no es el de los últimos años en cuanto a permanencia y continuidad por esas escalas del termómetro, era el de siempre, el de nuestra infancia y adolescencia, ese calor vertical y poderoso que vaciaba las calles y obligaba a la siesta. Será, quizá, porque el presente se revela con toda su fuerza de detalle que a mí me cuesta recordar un mes así en mis años mozos aunque también recuerde aquellos veranos macizos que combatíamos en las acequias de riego que provenía de los pozos, a manguerazos en plena calle o metidos en las calderetas, que eran las piscinas hinchables de la época.

Lo cierto y verdad es que este sol de justicia, pero también ese calor nocturno que a veces impide el sueño, es de un rigor que nos afecta a todos, que nos afloja y acobarda, que obliga a hidratarnos para sentirnos bien. Pero que sobre todo afecta a esas personas que por edad o enfermedad aún requieren de mayores cuidados y precauciones. Porque este verano no tiene tregua, las bajadas de temperatura casi ni son significativas, y las tormentas, que nadie quiere, ni tan siquiera deja el frescor pasajero de una lluvia al caer aunque luego acabe añadiendo al bochorno esa sensación agobiante.

A mí me gusta el verano, pero no así, de esta intensidad, donde apenas pueden contarse los días que ha corrido cierto aire fresco con los dedos de la mano. Y no me gusta el verano que deja ese rastro luctuoso, mayor del habitual, como el que ahora estamos viviendo por estas tierras daimieleñas.


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miércoles, 1 de abril de 2015

¡ADIÓS, RAFA! (Página nº 3044)

Rafa fue alumno de nuestro colegio hasta el curso pasado aunque una larga y dura enfermedad le impidió asistir a clase la mayor parte del tiempo de su escolarización en el "Infante Don Felipe" y muchos de nosotros no llegamos a conocerle bien. Pero sí sus compañeros, profesores y tutor que ayer conocieron la noticia de su fallecimiento y estarán desolados porque Rafa no merecía morir a los trece años ni, por supuesto, haber tenido una vida cargada de obstáculos, algunos terribles, como si todo se hubiera puesto en su contra y no mereciera ni tan siquiera un poco de fortuna.

No es el momento de contar aquí los detalles pero nunca me he encontrado con una persona así, con ese cúmulo de situaciones tan desfavorables, tan desgraciadas, casi desde el mismo instante de empezar a vivir. Ni disparando la imaginación hubiéramos creído que nadie podría encontrarse viviendo una vida así, con tanta soledad, dolor, desamparo, y aún tener que padecer una enfermedad tan demoledora.

Pero a Rafa también le hemos visto sonreír, buscar y encontrar entre los dobleces de la vida motivos para regalarnos su sonrisa, no dejarse avasallar del todo por esas circunstancias que vistas desde fuera nos resultan insoportables pero que ni podríamos describir si concurrieran en nosotros mismos y mucho menos con tan corta edad. 

Cierto es que los últimos años, quizá los más duros, Rafa encontró, a su manera, una familia, algunas personas que decidieron dedicarle todo su tiempo, darle de algún modo la familia que casi nunca tuvo, y que ahora deben sentir la tristeza y el vacío de su pérdida irreparable. Puede que la vida, con ellos, le diera una mínima tregua, porque siempre hay gente buena, entregada, capaz de renuncias propias para dar un último tramo de dignidad y cariño a quien nunca lo tuvo.

También en el cole pudo dar con personas que lo acogieron, que lo integraron y que, hasta donde pudieron llegar, trataron de mejorar la vida de Rafa y hoy viven un día de tristeza y desesperanza por su muerte. Tuvo una vida efímera, como su paso por nuestras aulas, pero cuando anoche nos comunicaban su fallecimiento no pudimos sentir otra cosa que dolor, pena, por un chaval que merecía una vida más larga y mejor, la que hubiera hecho perenne su sonrisa, esa que conocimos y que era un milagro en una vida tan cruel.

¡Adios, Rafa, hasta siempre!


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martes, 20 de enero de 2015

LOS DÍAS QUE YA NO CELEBRAMOS (Página nº 2913)

                         Dedicado a quienes entenderán perfectamente estas líneas


Hoy es un día especial. Hoy, a la vez, es un día triste. A estas horas estaríamos ya preparados para acercarnos a felicitar, como tantos años, a una persona que, desgraciadamente, ya no está con nosotros, alguien especial porque nos enriquecía como personas, nos hacía mejores, destilaba energía positiva y estaba pendiente de que siempre nos sintiésemos bien. No está con nosotros ya va para nueve años y sin embargo anda constantemente en nuestra memoria, aparece a través de anécdotas, de imágenes, de frases. Le vemos en el rostro de sus amigos porque ellos tampoco pueden olvidarse de alguien tan importante en sus vidas, o de sus compañeros de afición al cruzárnoslos algunas veces. Pero sobre todo le vemos en su familia porque es ahí donde era sumamente excepcional y aunque peleamos por acostumbrarnos  siempre echamos a faltar su presencia.

Hoy 20 de enero es un día especial y a la vez un día triste porque tocaba juntarnos todos a celebrar la vida, a agasajarle y nos tenemos que conformar con añorar su carácter, su manera de ser, su humor y sus detalles, su afanosa vida siempre.

Quizá por edad ya tengo muchas de estas fechas que ya no celebramos, personas que han ido dando sentido a nuestras vidas, que son imprescindibles para entender lo que somos y que, irremediablemente, nos recuerdan ya que no están, sobre todo en esas fechas tan especiales que siempre nos llevaban a juntarnos y, como digo, celebrar la vida que no los años. Y esos rastros del 14 de febrero, del 10 y el 19 de abril, del 20 de ese mes, por dos veces el 6 de mayo, el 10 de julio, campan ya en el calendario sin celebraciones, sin la oportunidad de compartirlos, días enajenados a la felicidad que siempre tuvieron y convertidos en fechas de evocar, de sentir su pérdida, de recuperar los recuerdos con los que nos hemos ido vinculando a lo largo del tiempo y que son la verdadera oportunidad de que nunca mueran en nosotros.

¡Cuanto hubiera deseado que hoy fuera día de cumpleaños, de juntarnos de nuevo y bromear sobre la edad, de vitalizar este 20 de enero! ¡Cuanto que todas esas fechas mencionadas estuvieran ya reservadas para celebrar nuevos cumpleaños de quienes nos faltan!

Son los días que ya no celebramos, aunque no es verdad, lo celebramos de otra manera, más íntimamente, pensando en ellos y en todo lo que representaron y representan en nuestras propias vidas.

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sábado, 27 de septiembre de 2014

CANCIONES POLÍTICAMENTE INCORRECTAS (Página nº 2703)

Son muchas las canciones que, con el nuevo filtro de lo políticamente correcto, han pasado a cierto malditismo o rechazo social, quizá por concenderles mayor influencia de la que realmente tienen como divertimento musical o creación artística, incluso achacando a que se promueve la violencia de género con ellas como si no fuéramos capaces de discernir una melodía intrascendente de una actitud real. Sí, ya sé que esto no es tampoco políticamente correcto decirlo no vayan a creer que uno encierre un maltratador potencial dispuesto a explotar en cualquier momento, pero lo cierto es que cuando escucho estas canciones sé situarlas en su momento y no caigo en el error de descontextuaizarlas, lo que me distancia por completo de otras interpretaciones e intencionalidades.

Como digo son muchas pero dado que mi memoria sentimental arraiga el los ochenta y noventa, sobre todo, pues me centraré en cuatro de ellas que tienen su temática vinculada a esa violencia de género totalmente despreciable y criminal en el plano real pero no considero que tan condenables en su ámbito estrictamente musical salvo la valoración de ser buenas o malas canciones:

La primera es "La mataré" de Loquillo, la más conocida y por ello la que más críticas produjo contra él hasta exigiendo que desapareciera de su repertorio:


La segunda corresponde a Siniestro Total y se titula "Hoy voy a asesinarte":


La tercera es de Los Espontaneos, titulada "Yo la mato":


La cuarta, sin embargo, invierte los términos y son ellas las que tienen como objetivo, esta vez consumado, a ellos. Son Aerolíneas Federales y su canción "Asesiné a mi novio":


Ni que decir tiene que sigo escuchando estas canciones, como tantas otras de esa época, sin sentir la mínima pulsión criminal contra nadie y que la verdadera acción criminal de quienes atentan contra sus parejas suele ser producto de otras razones mucho más graves que las letras de unos temas que no buscan convencernos de nada.

Para terminar, eso sí, dejo esta otra canción que popularizó Concha Piquer y que se titula "Lola Puñales". Me la descubrieron este verano y siendo canción de 1949, compuesta por los insignes León y Quiroga, nos trae los mismos temas de desamor, venganza y despecho:



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sábado, 6 de septiembre de 2014

DESOLACIÓN (Página nº 2676)

No es posible entender por qué la vida puede mostrarse tan tremendamente cruel. Sabemos que sucede cada día, con una frecuencia insensata que no siempre queremos ver para podernos distanciar de tanta rabia, y que solo en esos momentos como ahora, cuando podemos poner nombre y cara a quienes les ocurre, nos dejamos llevar por la tristeza y la desolación.

Hoy ha muerto Gonzalo, un chaval de siete años, alumno de nuestro colegio,  en ese esfuerzo diario que era su vida y la de una familia entregada y buena. Sí, creo que es necesario decirlo, buena gente de verdad y no una etiqueta recurrente por cuanto están ahora pasando.

Yo me lo cruzaba a menudo por las escaleras, esa barrera salvable pero dificultosa para él. O en los recreos. Y me parecía admirable su capacidad para superar unas circunstancias que arrastraba desde su llegada a la vida pero también el cariño y mimo de su hermano mayor.

Cuando durante el último trimestre del pasado curso tuvo que ser ingresado, y aún cuando todo parecía prolongarse más de lo debido, nadie podía imaginarse este desenlace tan desolador que ahora nos conmociona porque nos negamos a entender que suceda algo así. 

No es la primera vez que vivo esto, ya hace casi dieciocho años que nos sucedió con Francisco, un niño de cuatro años, cuando estaba destinado en Villarrubia de los Ojos. Verlo un viernes bajo, agotado, como otras muchas veces por su problemática, y saber horas después que había fallecido te deja desarmado, sin comprender, profundamente cabreado con la vida, pero sobre todo pensando en su familia y ese terrible golpe con el que han de convivir para siempre. De la misma forma que ahora pienso en la familia de Gonzalo, en sus padres Manoli y Ángel, en su hermano Alberto, sus abuelos, tíos y primos, a los que por mucho que queramos acompañar en su pena, en su tristeza y su dolor, por mucho que queramos ponernos en su situación y comprenderlos, solo ellos sabrán del alcance de lo que les está sucediendo y que, en adelante, harán sus vidas diferentes.

Y nosotros trataremos de conservar en nuestra memoria a Gonzalo, el niño que fue mientras estuvo en nuestras vidas, pues el recuerdo es el mayor testimonio de inmortalidad y a él nos aferraremos.

¡Hasta siempre, Gonzalo!

viernes, 5 de septiembre de 2014

SONETILLO VENGADOR CON ESTRAMBOTE O DEL EPITAFIO SENTIDO HACIA EL MINISTRO MONTORO (Página nº 2674)

La noticia es de hace unos días, el epitafio de hace unos meses. Chema, simpatizante y votante del PP pero hundido por la subida del IVA cultural, quiso al morir que en su muerte quedara este recuerdo imperecedero para el ministro de Hacienda Cristobal Montoro. Y aunque debe ser bonito que el último pensamiento de alguien que va a morir sea ara ti seguro que no en estos términos:


Pero sí, José María Bejarano lo debió tener muy claro y a mí me da para un sonetillo vengador con estrambote:


Hay quien incluso al morir
quiere acordarse del menda
y darle una reprimenda
y así tranquilo partir

y se le llega a ocurrir
dejar escrita leyenda
para el ministro de Hacienda,
al que quisiera crujir,

mensaje sin contrición
pero lleno de zozobras,
y escrito con precisión,

que dedica por sus obras: 
ese "Montoro, cabrón,
¡ ahora te vienes y... cobras."

***

¡Ay, Cristobal, qué legado
te deja en la eternidad,
epitafio sin piedad
con que serás recordado!



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