Durante muchos años la Feria, como "recinto", comenzaba con este puesto de "Los Tres Reyes" en la esquina de la calle Arenas con calle Prim Llegando allí ya sabías que estabas cerca y aunque, como chicos, poco nos interesaba lo que en él se vendía, eran muchas las familias que se detenían al ir, para tomar nota mental de lo que podía interesar, y era parada casi obligatoria para examinar de nuevo y, muchas veces, comprar lo que se necesitaba y lo que no, porque entonces era el momento de feriarse, y si a los chicos nos podía caer alguna cosa, aunque el grueso iba en montarse en las atracciones, para las amas de casa, que entonces eran la mayoría, aquel tenderete escondía muchas de esas cosas anheladas y que en estas fiestas se hacía un mayor esfuerzo por adquirir.
Después, es verdad, tuvo otras ubicaciones, a veces en la esquina próxima u otras en la misma calle Arenas pero más hacia la Plaza. y aunque ya no recuerdo cuando dejaron de venir, que no hace tampoco tanto, en la Feria de Daimiel eran toda una tradición.
(Foto de Cencerrado publicada en "Daimiel en el Recuerdo")
A partir de ahí ya podías encontrar los puestos de todo tipo, ya fuera turrón, las garrapiñadas, etc... aglutinando todos esos olores tan familiares y peculiares que ya mirabas con envidia aunque supieras que era demasiado pronto para ir pidiendo a tus padres. Y en la esquina de la Cruz Roja el puesto de berenjenas de Almagro, también envolviéndonos en su olor penetrante y característico, que te entregaban con bidente metálico para que las comieras en perfecta curvatura, no fueras a manchar el hato bueno.
Después llegabas al Parque del Carmen, abducido por ese ruido trepidante, por ese mar de luz y un espacio aprovechado al máximo en perfectos pasillos. El primero, claro, bajo los pinos, era el de los chozos, con aquellas sillas de madera bajo los toldos construídos con las lonas de vendimia y el suelo tamizado por la arena y la pinaza. Allí, mientras los mayores comían y bebían los chavales nos aprovisionábamos de chapas de diferentes marcas para luego nuestros juegos.
Al lado la tómbola, los caballitos, la noria, el tren de la bruja, la ola, donde se arracimaban grandes y pequeños, unos queriendo subir y otros quedándose con las ganas.
En el pasillo central los puestos de juguetes y de libros. Ahí sí, en los primeros fijábamos nuestra atención como nuestras madres en el de "Los Tres Reyes". Yo, sobre todo buscaba nuevos modelos de coches miniatura, de aquellos de "Guisval", para mi colección.
Después estaba la hilera de casetas de tiro, los futbolines, alguna vez una casa de los espejos deformantes.
Y junto a la Plaza de Toros recuerdo las sillas locas, los aviones y aquellas dos churrerías que eran otra parada obligada.
(Foto de Cencerrado publicada en "Daimiel en el Recuerdo")
Ante la fachada del instituto viejo los coches de choque, objeto del deseo de los más pequeños que montaban junto a padres o hermanos pequeños hasta que se atrevían a montar, solos ante el peligro, en aquella atracción estrella.
No era fácil irse de allí, pero había otro día por delante y luego otros más hasta que todo desaparecía de golpe una mañana tras una noche frenética de recogida que siempre nos pillaba durmiendo pero que acrecentaba un cierto sentido mágico de aquellos feriantes que ya no veríamos hasta otro año.
Así recuerdo yo la feria en los finales de los sesenta y principios de los setenta en Daimiel. Cada año era casi todo igual pero no nos importaba.
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