Fue la Nochebuena del año pasado, viendo a la Basement Band en la Plaza de España. Nos pusimos a hablar y me preguntó si yo tenía alguna foto de aquel recital poético que hicimos treinta años antes, cuando, la verdad, Daimiel casi era un páramo cultural y un grupo de estudiantes montamos "La Tarima", de corta pero intensa trayectoria. Álvaro no pertenecía al grupo pero provenía de la Asociación Cultural "Aljibe" y queríamos para aquel recital a un guitarrista, así que nos pusimos en contacto con él y no dudo en sumarse al proyecto y dedicarse en cuerpo y alma en darle la personalidad musical que queríamos para aquel primer envite que abordábamos.
El recital llevó el título de "Dile a la noche que venga" y recorría los textos de Federico García Lorca. Fue el 20 de diciembre de 1984, a las ocho de la tarde, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, y nos hicimos fotos antes y durante dicho acto, de las que curiosamente Álvaro no tenía ninguna. En esa conversación, en la que me comprometía a conseguirle alguna de ellas, descubrí que treinta años después nos seguía uniendo el recuerdo feliz de aquellos días de ensayo en el local del Hospitalillo, el vínculo que queda entre quienes comparten algo verdaderamente importante en aquel momento, el peso de la memoria que articula una amistad que siempre queda atrapada en esos retazos que nos devuelven a un tiempo atrás pero que han quedado fijados porque marcaron, de algún modo, nuestro ser.
Porque sí, cada recuerdo importante, ese que la memoria no desprecia relegándolos, va ligada a rostros concretos, a vivencias y anécdotas rebelándose contra el olvido, y aquel recital atrapa un montón de rostros importantes en nuestra vida porque formaron parte de lo mejor de nuestro patrimonio sentimental y aún hoy, tras el tiempo discurrido, son muy presentes en nuestros sentimientos y afectos.
He tardado un año justo en cumplir. El pasado día 24 de diciembre, otra vez en la Plaza para escuchar a la Basement Band, me acerqué a Álvaro con un sobre azul y tres fotografías de aquel recital. Son treinta años, ya treinta y uno, que han pasado por nosotros de una forma obvia en lo físico pero, de alguna forma, generosos en lo vital. Posiblemente ya somos algo diferentes de lo que se ve en la imagen, que he querido difuminar para la ocasión, porque hemos ido creciendo, madurando, asomados a un mundo que entonces empezábamos a atisbar. Pero tenemos el recuerdo limpio de estar allí, disfrutando de lo que nos gustaba, poesía y música, felices de sacar adelante aquel proyecto que nos hizo mejores y nos vinculó, aún más, en el tiempo.
Álvaro ya tiene sus fotografías, pero me consta, por lo hablado, que los recuerdos, como el resto, los hemos conservado siempre.
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