Esta tarde mi cuñado me daba a leer este artículo de Javier Marías, publicado en el suplemento de El País el 17 de junio y que, no sé por qué, pues suelo seguir "La Zona fantasma", no había leído hasta ahora. No creo que haya que decir mucho más que ofrecerlo para su lectura:
"En una reciente rueda de prensa, y ante una pregunta sobre el porvenir de nuestras educación y cultura, me salió un improvisado alegato que algunos medios recogieron parcialmente. Como uno se expresa mejor por escrito, acaso no esté de más insistir aquí sobre el asunto. Siempre he sido partidario de pagar sin rechistar los impuestos, por mal que nos parezca que se emplean e injustos y abusivos que nos resulten a veces. Como todo el mundo al llegar estas fechas, me llevo un sobresalto cuando me comunican la suma que debo ingresar a Hacienda, y durante veinticuatro horas me duele un poco el bolsillo. Pero en seguida recapacito y a continuación logro olvidarme del desembolso. Los impuestos son una redistribución de la riqueza y permiten la ayuda a los más necesitados, además, claro está, del funcionamiento del Estado. Eso no quita para que uno se irrite en ocasiones, al ver lo mal, lo arbitraria y frívolamente que nuestros diferentes Gobiernos manejan lo que les entregamos, y esa irritación la plasmé por lo menos en dos viejos artículos de 2000 y 2002, titulados respectivamente “Para qué trabajamos” y “Qué diablos se hace con nuestro dinero”. Pero hasta ahora no había habido irritación ni fastidio que hubieran hecho variar mi opinión: el pago de impuestos es necesario (amén de obligatorio), justo y beneficioso. No sólo no debemos quejarnos, sino que hemos de abonar lo que nos corresponda -pese a todo- con conformidad como mínimo.
Este año, sin embargo, por primera vez en mi vida, la notificación de la cantidad que me toca pagar me ha producido no ya irritación, sino un profundo cabreo. Porque salta a la vista que el dinero no va a destinarse a las cosas que a mí, como a la mayoría de los españoles, nos merecen la pena: ni a la sanidad ni a la educación (víctimas de indecentes recortes); ni a amparar a las personas “dependientes” que no se pueden valer por sí solas en su vejez o en su enfermedad; ni a los pensionistas, que ven mermado su poder adquisitivo o disminuidos sus pequeños ahorros por estafas varias de bancos y cajas; ni a los parados sin remedio, que cada vez son más y reciben prestaciones menores; ni a la mejora de hospitales y escuelas, ni a la reactivación del comercio ni a la ciencia ni a los jóvenes en precario.
¿Para qué sirven nuestros impuestos en España? Y no sólo: ¿para qué han servido desde que Aznar declaró urbanizable todo el suelo del territorio? ¿Para salvar a Bankia con 24.000 millones de euros, sin que nadie dé explicaciones de lo que allí ha pasado ni el desastre tenga consecuencias para Blesa, Olivas, Rato y otros responsables? ¿Para parchear antes la CAM y el Banco de Valencia y otras entidades de las que ni nos acordamos? ¿Para que Esperanza Aguirre coloque a incompetentes mandados suyos en algunas de esas entidades y las controle? ¿Para que construya campos de golf ridículos y superfluos en los que hacerse fotos, y Fabra de Castellón y Camps un aeropuerto sobre el que no se ha posado un solo avión, lo mismo que otros políticos en Ciudad Real? ¿Para que hagan negocios Urdangarin y su socio Torres, y Unió Mallorquina y el ex-Presidente Matas? (Ojo: digo “hacer negocios”, una expresión bien neutra.) ¿Para que los hagan los de la trama Gürtel y el Canal Nou de Valencia, y varios ex-alcaldes de Majadahonda y otros municipios madrileños? ¿Para que altos cargos de la Junta de Andalucía sustraigan fondos de las arcas públicas y se los gasten en farras? ¿Para que el juez Dívar viaje a Marbella creyéndose James Bond (por lo secreto de sus misiones)? ¿Para que Millet y Montull hagan negocios desde el Palau de Barcelona (qué fue de ellos, nunca más se supo)? ¿Para que los hicieran antes aquel Roca y aquellas Yagüe y Martos de Marbella, no digamos aquel Gil y Gil de piscina? ¿Para que un sinfín de alcaldes desaprensivos los hayan hecho a costa de destrozar el litoral entero y numerosas ciudades, convertidas todas en empresas y “escenarios”, sin que sus habitantes importen nada? ¿Para sufragar a una Iglesia insolidaria, quejica y metomentodo? ¿Para que promotores inmobiliarios y constructores sin escrúpulos edifiquen ilegalmente y luego sean indultados como los graves defraudadores del fisco? ¿Para las jubilaciones millonarias de los directivos de cajas y bancos que habrían quebrado de no ser por “nuestro” dinero?
Son tantos los casos de corrupción, a pequeña o gran escala, que es imposible recordarlos todos. Sí se cuentan con los dedos de las manos, en cambio, las condenas en firme de los corruptores o corrompidos, y con aún menos dedos las devoluciones efectivas de las cantidades robadas. A lo largo de años se ha comprobado que la corrupción no pasaba factura en las elecciones (notable lo de Valencia, por reiterativo), es decir, que a la ciudadanía no le importaba. Quizá eso esté tocando a su fin, sería hora. Alguna vez lo he dicho: me juzgo tan normal que pienso que lo que a mí me ocurre le pasará a mucha más gente. Por primera vez pagar impuestos no me ha sobresaltado ni me ha irritado: me ha cabreado enormemente. Más les vale a nuestros políticos dar un giro (y asistir al Congreso, que está vacío), combatir la corrupción en serio y dar detalladas explicaciones, de Bankia y de lo demás. O puede estar cerca el día en que los españoles iniciemos masivamente una insumisión fiscal. ¿Y entonces qué, señorías, después de la ruina? ¿Nos amnistiarán a todos, como a los graves defraudadores, o nos tocará a nosotros indultarlos a ustedes?"
JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 17 de junio de 2012
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