Hoy hemos dado un paso más hacia el odio, un paso más hacia la intolerancia y la xenofobia, hoy se nos ha enquistado la rabia en el corazón y solo deseamos justicia, castigo para los culpables, dureza contra los criminales y quienes los financias, promueven o toleran, algo razonable, pero sin casi evitar extender la sospecha a todos porque ante el miedo ya no acertamos a distinguir la ignominia de algunos de la inocencia de muchos y tendemos a la tabla rasa.
A mí también me pide la sangre justicia, castigo, dureza, incluso venganza, porque si nadie merece ser asesinado al menos nos consuela saber que quienes mataron deben pagar por sus actos. Pero me da miedo que en esa furia elijamos una bandera, una religión, una etnia, como centro de nuestro odio, como si compartir nacionalidad, religión o raza con los asesinos obligara a cargar con una parte alicuota de la culpa de sus crímenes y nos dejáramos arrastrar por la indiscriminación de responsabilidades.
No se engañen, aquí no hay una posición progre ni buenista, solo la imposición del sentido común como filtro. Frente a los asesinos y sus cómplices toda la dureza de la ley, toda la unión de los países para afrontar este reto contra el terrorismo salvaje, pero sin caer en el engaño de creer que tras cada musulmán hay un asesino o alguien que en el fondo está de acuerdo y se alegra con la acción de esos criminales, porque si no, entonces, estaremos engordando el problema y sumando odios a esa carnicería injustificable.
Y sin embargo, ya ven, pasamos por alto a los verdaderos responsables, países como Arabia Saudí que financian el terror, que lo arma. O países que se echan las manos a la cabeza pero que mueven el rabito con la propia Arabia Saudí y otros países de la zona a cuenta de los intereses económicos y geoestratégicos, O quienes, por interés, falta de control, dejación, permiten que lleguen armas de todo tipo a los grupos terroristas porque el negocio es el negocio y ese prospera siempre entre la miseria humana.
Es cierto, fijamos la vista en los ejecutores, trasladamos la sospecha a los de su raza, religión, procedencia y cultura, pero olvidamos que la partida se juega también a niveles más altos, a veces entre los que salen a dar ruedas de prensa lamentando y condenando los atentados, porque desde sus puestos de poder y con la capacidad real que tienen de control de la información podrían hacer mucho más para reducir los efectos de esta locura yihadista y no lo hacen. Y los asesinados son siempre gente normal, sencilla, inocente, que ignora que las armas puestas en las manos de sus asesinos también tienen la huella de quienes les gobiernan y atienden a intereses que se nos escapan y que, siempre, siempre, quedan fuera del odio, el deseo de venganza y de justicia, porque ya han procurado borrar muy bien el rastro de su cómplice actividad.
Hoy, desgraciadamente, hemos dado un paso más hacia el odio, la intolerancia, la xenofobia, porque necesitamos desahogar la rabia contenida aunque sea indiscriminadamente, pero eso ni nos devolverá a los muertos ni castigará a los culpables, más bien nos envilecerá un poco más como seres humanos mientras algunos de los inductores, directos o indirectos, quedarán impunes y a salvo de la sospecha.
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