Me sorprende ver ese anuncio de Nestlé que, retrotrayéndonos al pasado con el blanco y negro, reivindica, de nuevo, el pan con chocolate como merienda ideal. Me sorprende porque, cincuenta años después, no parece que hayamos aprendido a comer mejor pero, además, promocionamos comer peor.
Soy de aquella generación de los sesenta y setenta que arreglaban la merienda con pan y chocolate. También de aquellos que sucumbieron a la primera hornada del dulce industrial con los "tronquitos", "tigretones" y "bucaneros", o aquellos bocatas de tulicrem. Y por supuesto de los más jóvenes que pasaron por la consulta de don Eduardo Cuadrado, dentista de la época.
Eso me da cierta perspectiva, pero también llevar treinta años viendo lo que llevan mis alumnos en las mochilas, antes carteras, para tomar en el recreo. Hay de todo, por supuesto, desde los que llevan fruta cortada en los "taper" a los que traen auténticas bombas calóricas. Y aunque en Ciencias Naturales, antes Conocimiento del Medio, se habla mucho de la nutrición, la alimentación, las pirámides de los alimentos y la necesidad de cuidar unos hábitos de salud, e incluso participando en campañas institucionales para la introducción de la fruta en esa merienda de media mañana, suele ocurrir que el producto envasado, ya preparado, es mucho más fácil de consumir y más atractivo y termina por imponerse.
Sin embargo choca que siendo ahora más que nunca conscientes de las cualidades de los alimentos, de tener más información de sus virtudes y defectos, de sus bondades y riesgos para la salud, de tener más información pero, a la par, ser más propensos a someternos a dietas, a hacer ejercicio, a buscar consejo, da la sensación como si el tema solo nos preocupara a partir de la pubertad y hubiésemos olvidado que los primeros años de vida, la infancia, pueden determinar o, al menos, influir de forma importante en el futuro de esas personas.
Soy un apasionado del chocolate, a pesar de mis muchas visitas al dentista, pero llevo años quitándome, reduciéndo drásticamente el consumo porque he entendido que el placer que procura tiene hipotecas para la salud. No puedo borrar lo comido, no sé si con la información que hay ahora de haberla tenido en mi tiempo habría comido todo ese chocolate, esos dulces industriales, ese despiporre calórico que en parte quemaba por mi gran actividad. Pero lo que sí me llama la atención es que en un país donde preocupa el aumento de la obesidad infantil se promociones un producto, desde las televisiones, que la incentiva, que la favorece, que tira por tierra mucho del trabajo de concienciación que médicos y nutricionistas, pero también publicidad institucional, hacen a cada momento. Es como una pescadilla que se muerde la cola, trabajo y "destrabajo" para que el problema permanezca o aumente.
Tengo un buen recuerdo sentimental de aquella infancia del pan con chocolate, la cata de aceite, el bocadillo de mortadela, etc..., por supuesto, pero no me impide reconocer que aquellas onzas de chocolate diaria no era una buena elección y que ese modelo de merienda que se trata de resucitar publicitariamente, junto a la bollería industrial, no es la mejor manera de alimentar a nuestros infantes.

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