No voy a generalizar pero sí a evidenciar que cada vez más se dan estos casos de los que voy a hablar y por los que voluntaria o involuntariamente algunas personas han ido convirtiendo a sus hijos en los nuevos dioses con una malentendida sobreprotección. Y no exagero, o no creo hacerlo, tras veintiséis años trabajando con niños y sus familias, en los que he constatado ese incremento de casos en los que dicha sobreprotección da lugar a la paradoja de chavales inermes en sus habilidades sociales que terminan por tiranizar su entorno familiar más inmediato.
No son dioses como no son monstruos, dejémoslo claro, y a su manera son tan víctimas como tiranos simplemente porque no se ha sabido entender que de la protección a la sobreptotección estamos desarmando a nuestros hijos frente a la realidad, impidiendo que ellos, por sí mismos, sepan enfrentarse a las situaciones, urdan sus propias estrategias y resuelvan los problemas que han de enfrentar. Y cuidado, no hablo de un tipo de conflictos en los que sí se ha de intervenir desde las familias, sino del tipo de problemas que corresponde al propio niño precisamente para favorecer que desarrolle sus propias habilidades sociales y sus mecanismos de resolución de los conflictos, porque nunca va a tener un "primo de Zumosol" a su lado para sacarle las castañas del fuego ni debe tener a nadie que resuelva sus situaciones cotidianas más normales.
Parece evidente que el problema inicial no está en el niño, salvo casos muy definidos, sino en la actitud de las familias que enfrentan esa situación transitoria de sus vástagos no supervisando la acción de estos, observando y aconsejando con el debido margen de maniobra que les haga sentir a los niños que toman sus propias decisiones, sino apropiándose del papel del hijo en la situación para querer resolver el problema, suplantándolos equivocadamente. Con esa actitud anulamos la propia capacidad de nuestro retoño para enfrentar el problema y resolverlo sino que le enseñamos que no les toca hacer nada porque super-papá o super-mamá lo harán por él y aprenderá a tirar, como único recurso, de ellos ante cualquier cosa que sienta que le supera y que, por falta de herramientas propias, serán casi todas. Y en esas es posible que hayamos reafirmado un papel de víctima falsa en ese hijo porque creerá que todo está contra él cuando en realidad hemos anulado su capacidad de generar estrategias y resolver conflictos como hacen el resto de compañeros.
Pero en la sobreprotección hay algo más, como los miedos que se suelen transmitir de padres a hijos y que, en ocasiones, extreman la actitud en todo lo que les concierne. Y los chavales, que no son tontos, comienzan a entender que todo gira en torno a ellos, sus gestos y palabras, sus quejas y peticiones, convirtiendosé en pequeños tiranos, dioses en casa contrastando con sus carencias afectivas y relacionales en otros ámbitos donde no les han dejado, realmente, hacerse como individuos que conviven y en los que se sienten desplazados.
Y estos pequeños dioses tiranos, a su pesar, o sin su voluntad inicial, dominan a esos padres entregados que empiezan a ver enemigos en todos lados, que creen a pies juntillas en todo cuanto les digan sus hijos, sin filtro, y se lanzarán a una cruzada que no sirve de otra cosa que agudizar el problema.
He conocido bastantes casos, cada vez más, no sólo directamente sino a través de los muchos compañeros de profesión con los que he hablado. El mayor problema es que los padres no están dispuestos a creer otra versión que la de su vástago, que han fijado los mismos enemigos que ellos y no reconocen que son parte muy importante del propio problema y que éste crecerá en el tiempo si persisten en ese sobreproteccionismo que no significa quererlos más sino quererlos peor. Y podría enumerar decenas de situaciones asumidas como normales por estos padres que, vistos desde fuera, asombrarían por cómo y hasta qué punto se han perdido los papeles, pero dejaré que la discreción a la que me debo haga mirar a nuestro alrededor porque casi cualquier lector de esta reflexión podrá reconocer en su entorno situaciones parecidas, ya digo que cada vez más numerosas, porque no queremos entender que nuestra vida se cimenta, desde pequeños, en nuestras propias acciones, en nuestros pequeños triunfos y derrotas cotidianos, en la capacidad de resolver por nosotros mismos el día a día teniendo cerca a adultos para aconsejarnos, para tutorizar sin intervenir demasiado en las relaciones, y si les queremos evitar eso nos entregamos únicamente a las tiranías de un chaval al que no hemos dejado crecer.
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