Ya saben, en Daimiel se ha abierto un salón de juegos y apuestas en la calle Arenas y otro más lo hará en breve en la calle Santa Teresa. Puede, incluso que no sean los únicos. El azar, en época de crisis, y todavía lo estamos, al menos a nivel de la calle y la microeconomía, se ha convertido, tristemente, en la esperanza de muchísimas familias, ignorando voluntariamente que la solución individual de alguno convivirá con el agravamiento del problema de muchos más, los que en verdad terminan financiando con sus pérdidas esos difíciles premios y el "cuponazo" empresarial de quien monta estos "mini-casinos".
Se agarran, ya ven, al azar pensando que si hasta ahora la fortuna les ha dado la espalada en algún momento habrá de compensarles, y tratan de sedar su conciencia obviando el montante total del dinero que se les va persiguiendo esa quimera.
Tengo la sensación de que, precisamente, el resurgimiento de este tipo de negocios es un síntoma claro de que a la calle no ha llegado nada de los datos macroeconómicos, las estimaciones y los pronósticos y previsiones de los organismos internacionales. Hemos ido pasando de la proliferación de inmobiliarias, en la década anterior, a la eclosión del "vendo oro" y ahora, a esta especie de "Lourdes laica" que son las casas de apuestas y los salones de juego.
Y tras ese rayo de esperanza mucha gente sucumbe. Incluso a los que les toca, creyendo que todo está de su lado y podrán repetir la fortuna. Conozco a algunos de aquellos y de estos, y en ocasiones, por supuesto, la tragedia que viven y que alcanza a sus familias. Porque el Estado nos ha ido cebando con diferentes modalidades, cada vez más numerosas y atractivas, nos ha ido acercando al límite de una ludopatía casi socialmente consentida. Total, somos mayorcitos y cada cual puede jugarse lo que quiera y tenga suele decirse, o eso de a nadie le ponen una pistola para apostar o rifarse el jornal y lo que sea. Cierto, debe ser que confiamos muchísimo en el alma humana y creemos estandarizados el sentido común, la reflexión, la prudencia y el autocontrol y que los que caen lo hacen por propia iniciativa, pero yo no lo creo así, pienso que los juegos de azar están perfectamente diseñados para inducir a seguir jugando, que saben de la debilidad humana, de sus carencias, y las explotan hasta llegar, en algunos casos, a desarmar la propia voluntad y a convertir en enfermos a gente que casi siempre negará estarlo a ojos propios pero que a ojos ajenos no admitirá discusión alguna el que esté atrapado.
No es que esté yo por prohibir los juegos de azar pero sí que habría que regularlos más, ponerles cierto coto a su expansión, gravarlos de forma que financiaran parcial o totalmente las terapias de quienes caen finalmente en la enfermedad, pensar en las personas, pensar en las personas, pensar en las personas, pensar en las personas...
***