"Lamentablemente a los árboles se nos deja vivir como se nos deja morir, fruto del capricho de los hombres. Y con el mismo arbitrio que nos colocan en un punto determinado de una calle, una plaza o un parque, nos dejan después crecer sin más atención que un riego regular y alguna cachipoda cuestionable. Por eso, si alguno como nuestro hermano, el viejo pino del Parterre junto a la Casa de Cultura, ¡qué ironía!, le da por torcerse por no más que competir por una luz en la que nadie pensó cuando nos plantaron tan juntos quienes nunca escuchan a la naturaleza ni aprende de ella, en vez de intentar corregir esa tendencia de joven, se le deja prosperar consintiendo que así acorte seguro su vital ciclo y alentando que sea esa y no otra la excusa posterior para reducir su porte a un tocón insoportable.
Otros hermanos pinos, altivos y poderosos, han ido cayendo a manos de las sierras mecánicas, y éste frente al edificio público no va a ser el último al que veamos sucumbir, incluso cuando yo mismo, tan cerca y ya herido por algún que otro tronchamiento, empiezo a contar los días aunque con algo más de suerte ando erguido porque no me tocó competir con ningún rival tan fuerte.
De poco servirán los servicios prestados, la sombra poderosa y extensa capaz de acoger bajo nosotros terrazas enteras de complacientes daimieleños y paseantes habituales, ni que seamos la memoria viva de un espacio que ha ido cambiando en el tiempo para ser, siempre y a pesar de ello, el lugar favorito de los paisanos en su ocio. Sí, porque hemos conocido un Parterre vallado pero también abierto, un Parterre donde predominaba la arena de albero enmarcando los arriates de flores y este otro abonado a la baldosa, un Parterre de manolas blancas y luego grises, un Parterre que siempre acogió el juego infinito de los chavales otrora a la pídola, las veinticinco, los burros de pared, las chapas, las canicas o el trompo y ahora a toboganes, balancines, balones, bicicletas o pilla-pillas, un Parterre donde muchos enamorados nos dejaron sus primeros escarceos y otros salieron a fotografiarse tras su boda, un Parterre entrañable del que todos, también nosotros, los árboles, formamos parte y al que dimos su particular carácter.
Si, se nos ha muerto un compañero. En realidad nos lo han matado, que para nosotros sí hay eutanasias que se les niegan a las personas, porque existiendo peligro de desplome le habían abandonado durante décadas, dejándole torcerse con despreocupación.
Cuanto apena ver ese cadáver esquelético, desposeído de su fronda y pendiendo de la grúa.
Ya lo dije, lamentablemente a los árboles se nos deja vivir como se nos hace morir, siempre al capricho de los hombres."
Nota: Las fotos son de Alberto Fernández Infantes y me tomo la libertad de ilustrar con sus capturas esta epístola del pino del Parterre.