La foto es preciosa. La colgó el hijo de los protagonistas en el grupo de facebook "Daimiel en el Recuerdo" y a mí, que les conocí a ellos y también esa casa de "los Hotelitos" me trajo un gran recuerdo. Mere, el panadero, y su señora fueron institución en el barrio y, seguro, la pareja de más edad entre los primeros vecinos. Su casa estaba en la calle Joaquín Pinilla, "la Primera Calle" que decíamos los chavales, justo la última vivienda de los impares y haciendo esquina con Patricio Redondo. Como todas, entonces, una casa blanca que se encalaba año sí y año también antes de llegar Semana Santa. Y en la parcilla que separaba jardín y acera aquel festival de macetas con plantas de todos los colores.
No es que fuese la única casa con aquel repertorio de plantas pero sí una de la que más esmero mostraba en su cuidado, emulando, al estilo manchego, los patios cordobeses, y un marco excepcional para la foto de esta pareja entrañable, muy buena gente.
Hoy, sin embargo, esta foto sería imposible. Todas las casas de este barrio de "los Hotelitos" fueron, en poco margen de tiempo, llenándose de verjas, cada vez más altas, con más puntas, no por un celo que quisiera preservar la intimidad sino, sobre todo, por seguridad, y ese ángulo, ahora, solo ofrecería esa sucesión metálica aislante, disuasoria.
Porque hubo un tiempo de muretes bajos, puertas abiertas, gente acogedora, mucho trato social. Un vecindario confiado, abierto, de mucha relación personal, y "los Hotelitos", quizá por su ubicación singular que lo aislaba del resto, permitía esa comunión de gentes, ese intercambio continuo, donde cualquier vecino tutelaba a los chavales que íbamos y veníamos de una calle a otra y era fácil hacer amplias tertulias en calles sin apenas tráfico. Recuerdo que las puertas se cerraban en la siesta y al irse a dormir, marcando claramente cuando no se debía ser molestado, pero el resto del tiempo siempre había un trajín de idas y venidas fascinante.
Parece que no pero las verjas aislan, reducen el contacto, introducen la distancia, y yo recuerdo aquel tiempo primero con la pasión de quien se iniciaba a la vida y conocía y trataba a casi todos los vecinos de aquellas cuatro calles, algunos de los cuales siguen viviendo allí. Por eso me ha entusiasmado esta foto pero también me ha producido la nostalgia de esos espacios abiertos, acogedores, que conocí entonces y que la inseguridad truncó.
Hablaba ayer con una persona que vivió brevemente en el barrio sobre todo esto y recordábamos, porque fue algo paradigmático de aquel cambio, cuando corrió la voz de que el Lute se había escapado y había sido visto cerca de Daimiel. Juro que vi el miedo, esa sensación en nuestros mayores que les hizo negarnos permiso para salir a jugar a la calle en unos días, hasta que se disipó el temor, y algunos episodios de robos que se produjeron entonces y que terminaron sustituyendo las hermosas flores de Mere y otros vecinos en aquellas formidables verjas casi infranqueables. ¡Una pena!
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