Cada vez que paso por delante de ese local donde se dedican a leer la mano, echar las cartas del Tarot o vender todo tipo de cachivaches exotéricos veo gente. Me resulta muy curioso que en estos periodos inclementes económicamente la gente se vuelva hacia estas cuestiones que a mí se me escapan y en las que no creo ni he creido nunca. La gente pierde la confianza en lo concreto y se vuelve hacia estas parafernalias que yo diría casi fraudulentas, y que me perdonen los que crean en ellas a pies juntillos, aunque me tachen de ignorante.
Por ejemplo, si voy a que me echen las cartas ¿alquien puede asegurarme que si al terminar vuelven a echármelas saldrán las mismas y en el mismo orden? Si no lo hacen ¿es que mi destino recién leido ha cambiado tanto un minuto después?
Quizá querer abarcar algo así desde la razón y el sentido común sea un error y por eso, los que fiamos mucho más de estas bases concretas nunca podamos hallar sentido en cartomancias y prácticas taróticas. Y con la lectura de las manos me sucede lo mismo, ¿dónde está el libre albedrío, tu capacidad reflexiva y de decisión, si nos dicen que nuestra vida está configurada inevitablemente por las líneas de tus palmas?
Más bien creo que estas artes adivinatorias son un refugio al miedo, a la inseguridad, de la que otros sacan partido notable, y quizá por eso stos negocias, en tiempos difíciles, se llenan de gente que buscan, donde sea, una esperanza.
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