sábado, 12 de noviembre de 2011

PERO ¿QUIÉNES SON LOS MERCADOS? (Página nº 437)

Últimamente los denominados "mercados" se han convertido en la bicha culpable de todos los males económicos. Se habla de ellos ligados a la especulación y el dictado de las decisiones que descabalgan gobiernos y hunden economías, pero parecen un ente abstracto a los que casi nadie puede o quiere poner caras. Su fuerza parece desmedida y le otorgamos una cierta voluntad destructiva que sólo a ellos parece procurar beneficio.

Tengo que confesarlo, yo soy "mercado". Al menos es la conclusión que saco cuando escucho a algunos economistas. Cualquiera de nosotros, cuando abrimos una cartilla de ahorros, un fondo de inversión o de pensiones, cualquier producto bancario, nos convertimos, casi sin saberlo, en parte de esos mercados a los que atribuimos intenciones perversas. Sí, porque al confiar nuestro dinero a una entidad para que nos dé alguna rentabilidad estamos poniendo en sus manos la confianza en que sus buenas dotes inversoras y especulativas nos proporcionen una ganancia lo más jugosa posible y eso sólo ocurrira entrando en ese juego perverso que ahora demonizamos como cupable de todas nuestras desgracias.

Posiblemente, a priori, la mayoría no seamos conscientes de la situación, nos conformemos con contratar el producto bancario y nos avengamos con esperar el apunte sustancioso en nuestra cuenta sin detenernos a pensar de dónde han podido salir esas decenas, centenas o miles de euros o, si no es garantizado, cómo es posible que nos haya generado pérdidas por parecida proporción. Es otra forma de aliviar la propia responsabilidad atribuyéndosela a esos mercados que, ya se ve, no nos son tan ajenos. Y aunque lo nuestro sea poco, nuestra parte del mercado sea casi ridícula, la suma de tantas "ridiculeces" son muchísimos de los millones que cambian de lugar cada día y levantan o hunden economías tan próximas como las de nuestro país.

Así que se da la paradoja de que la búsqueda final del beneficio está en la base de nuestra propia desgracia y mientras alimentamos a la bicha maldecimos de ella, ¡caray con la naturaleza humana!

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