Últimamente los denominados "mercados" se han convertido en la bicha culpable de todos los males económicos. Se habla de ellos ligados a la especulación y el dictado de las decisiones que descabalgan gobiernos y hunden economías, pero parecen un ente abstracto a los que casi nadie puede o quiere poner caras. Su fuerza parece desmedida y le otorgamos una cierta voluntad destructiva que sólo a ellos parece procurar beneficio.
Tengo que confesarlo, yo soy "mercado". Al menos es la conclusión que saco cuando escucho a algunos economistas. Cualquiera de nosotros, cuando abrimos una cartilla de ahorros, un fondo de inversión o de pensiones, cualquier producto bancario, nos convertimos, casi sin saberlo, en parte de esos mercados a los que atribuimos intenciones perversas. Sí, porque al confiar nuestro dinero a una entidad para que nos dé alguna rentabilidad estamos poniendo en sus manos la confianza en que sus buenas dotes inversoras y especulativas nos proporcionen una ganancia lo más jugosa posible y eso sólo ocurrira entrando en ese juego perverso que ahora demonizamos como cupable de todas nuestras desgracias.
Posiblemente, a priori, la mayoría no seamos conscientes de la situación, nos conformemos con contratar el producto bancario y nos avengamos con esperar el apunte sustancioso en nuestra cuenta sin detenernos a pensar de dónde han podido salir esas decenas, centenas o miles de euros o, si no es garantizado, cómo es posible que nos haya generado pérdidas por parecida proporción. Es otra forma de aliviar la propia responsabilidad atribuyéndosela a esos mercados que, ya se ve, no nos son tan ajenos. Y aunque lo nuestro sea poco, nuestra parte del mercado sea casi ridícula, la suma de tantas "ridiculeces" son muchísimos de los millones que cambian de lugar cada día y levantan o hunden economías tan próximas como las de nuestro país.
Así que se da la paradoja de que la búsqueda final del beneficio está en la base de nuestra propia desgracia y mientras alimentamos a la bicha maldecimos de ella, ¡caray con la naturaleza humana!
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