Para los que hemos visto tanta películas, largometrajes y series norteamericanas el beisbol acababa desentrañado por su recurrencia argumental. no es que nos interesara demasiado pero eramos capaces de conocer al detalle la ceremonia inamovible de ese juego tan ajeno, su terminología, jugadores-leyenda y ese minuto de notoriedad, inmortalizada en todas esas escenas, que otorgaba al espectador que capturaba una bola en la grada y que le convertía en el centro de atención de las cámaras y las pantallas gigantes, esa forma natural de todo lo americano de exaltar hasta el infinito algo, por lo demás, nada extraordinario.
Hoy he visto las imágenes de ese aficionado que encuentra su oportunidad soñada y se lanza al vacío atrapada la bola con precisión. Ni tan siquiera hace amago de soltarla para poder asirse a cualquier resquicio que evite la caida. Atrapado el sueño, preso ya del delirio de un acto sublimado por el sempiterno sueño americano, el individuo se precipita al suelo desde varios metros mientras el locutor nos cuenta que las lesiones, sumamente graves, han terminado haciendo inútil el trabajo de los servicios médicos de urgencia, quizá entre sus dedos fieramente agarrada la pelota.
Me aterran estas muertes tán absurdas y trágicamente estúpidas, me hacen pensar de inmediato en sus familiares inmediatos, recorrer los desvelos, las atenciones, las preocupaciones, de toda una vida por sus padres, el bagaje silencioso e innacesible que guarda cada biografía y que jamás imagina un desenlace así, el devastador y rotundo dolor que seguirá a ese desgraciado instante. También como se nos muere la gente persiguiendo un flah, un sueño, una locura casi siempre alimentada por modelos tan absurdos y estúpidos como sus propias muertes.
Y mientras, ya pueden ver, el espectáculo... debe continuar.
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