Hoy mi vecino me ha vuelto a saludar así, "¡ay, chiquete!", lo que a la altura de mi casi medio siglo de vida ya no sé si tomarlo como un hecho simpático, una forma de rejuvenecimiento de mi vecino, una pérdida del concepto temporal por su parte o un problema grave de visión. Porque, siendo honestos, hace décadas que dejé mi condición de chiquete, por cierto una palabra muy daimieleña.
Es cierto que la perspectiva de mi vecino es muy diferente a la mía y supongo que en el umbral de su edad todo le parecerá relativamente más joven pero difícilmente hasta ese extremo. Lo que ocurre es que no es una costumbre peculiar de mi vecino y recuerdo a mi padre o a mi suegro referirse a tal o cual muchacho del pueblo que, tras desentrañar las referencias y localizarlo por mi parte, resultaba ser todo menos eso, la mayoría gente que frisaba los sesenta años. Siempre solía decirles yo, despertando su sonrisa, un "¡y que muchachos!", imaginando que por edad podrían tener hijos de mi edad.
Incluso en Villarrubia de los Ojos, quizá porque en mi condición de maestro de Educación Física siempre iba en chandal, en varias ocasiones me abordaba gente mayor llamándome "chico", que a los treinta y tantos también sonaba un poco distorsionante. O "chaval", otro término inencajable.
Lo que no sé es si con el paso de los años yo incurriré en el mismo error de ir llamando a tipos talluditos chiquetes, chavales, chicos o muchachos, que hasta es posible. Quizá entonces comprenda los motivos de mi vecino al saludarme así.
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