Existe un grupo de opinión que sólo percibe el problema en los demás pero nunca en los propios. Otro que minimiza los casos justificando que los otros también lo hacían y en mayor cantidad. Otro que se se muestran comprensivos y te sueltan eso de "¿es que tú no harías lo mismo si pudieras?", que es la peor de las coartadas imaginables También existen grupos que acusan de nepotismo a todo el mundo, sin excepción, y hasta cuando el supuesto beneficiario ya estuviera allí mucho antes de que su aparente benefactor pudiera tener capacidad alguna de influir, u otros que niegan la mayor y alardean de que todo funciona como un reloj y que la gente tratade elevar a categoría casos muy puntuales porque son muy mal pensados.
Luego están, claro, quienes intentan acercarse con objetividad, observan cada caso, no se dejan llevar por los prejuicios y llegan a una conclusión favorable o no a cada situación. Estos terminan convencidos de que el nepotismo existe, que hay más de lo admisible, que toca todos los ámbitos y corrientes políticas y que nunca aceptarían que un caso es menos o más grave en función de la empatía ideológica con quien comete ese atropello. Son los que están seguros de que el nepotismo está mal siempre, que no se hace lo suficiente para extirparlo de la vida pública y que, en cada caso, deja un rastro importante de víctimas colaterales que no pueden acceder a ese puesto a pesar de tener mayor valía, preparación, currículo y aptitud en la mayor parte de los casos.
Ni que decir tiene que si estos últimos fueran más en número que aquellos las cosas irían, en ese punto, mucho mejor que ahora. Pero hemos de admitir que, al día de hoy, socialmente hemos aceptado como normal esa anormalidad, por mucho que esté enraizada en nuestro modo de actuar.
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