El paso del tiempo nos deja con el vano deseo de controlarlo y quizá por eso percibimos más los cambios en quienes nos rodean y en nuestro entorno que en nosotros mismos. Ya es difíicil reconocer el Daimiel de nuestra infancia, y ya ni tan siquiera espacios emblemáticos como el Parterre, San Pedro, la Plaza o el Parque del Carmen son como fueron, más allá del espacio que ocupan. Yo, que me crié en los Hotelitos, rodeado del Campo de Futbol de Tierra, la Cooperativa "La Daimieleña", la Alcoholera, los huertos de la Pilar y Evaristo, la Plaza de Toros y la bodega de los Galianas, miro a mi alrededor y en casi cada dirección veo otra cosa a lo que vieron mis ojos tiernos de infante. Ni siquiera existen ya las tres primeras escuelas a las que fui, Motilla, Piña y Damas Apostólicas.
También han desaparecido gran parte de las personas adultas que fui conociendo en esos primeros años. Sí, los fui viendo envejecer, los conocí ya cansados, sin la vitalidad inicial que yo recordaba, y después conocí su muerte con esa naturalidad a la que uno se aferra para sentir menos dolor.
Hoy doy clases a chavales para los que ya soy viejo, mayor incluso que sus padres, a algunos de los cuales también dí clase hace un par de décadas y que al recordarme miden el tiempo transcurrido también para ellos y que yo también contemplo en sus rostros.
Incluso cuando observo mis manos, donde ya asoman esas manchas del tiempo, cuando veo esas canas que se abren paso en mi cabello castaño, cuando asoman esos pelos caprichosos en los oidos como yo veía de chico asomar en los de mi padre o mis tíos, cuando distancio cada vez más el libro para enfocar mejor el texto, no acabo de verme tan mayor como me ven los demás, como les veo yo a los de mi generación, quizá por esa benevolencia que nos arrogamos para enjuiciarnos físicamente y creer que el tiempo no nos ha quebrantado tanto como al resto.
Pero el tiempo no se detiene y aunque cuando uno se siente rebasado al caminar por el paso insolente y juvenil aprieta el paso ya se da cuenta de que no es igual, que su aparente facilidad para adelantarnos es fruto de un tiempo que no se detiene para ellos tampoco pero les llena de una vitalidad que en mí ya no se recrea.
Me queda mucho, pienso. Aún me siento joven, vital, animoso, ágil, pero no cabe duda de que quienes me adelantan se van alejando de mí con mayor facilidad de la que quisiera reconocer.
Frase del día
ResponderEliminarSi llego a mi destino ahora mismo, lo aceptaré con alegría, y si no llego hasta que transcurran diez millones de años, esperaré alegremente también.
Walt Whitman (1819-1892) Poeta estadounidense.