En un mundo que está acostumbrado a que la heroicidad reconocida sea la de un hat-trick de Cristiano o Messi o relegada a esos superheroes de ficción que arrastran su infinidad de enemigos irreductibles a los que siempre terminan por reducir la verdadera heroicidad nos pasa casi siempre desapercibida. Y eso que nos cruzamos con ellos en la calle constantemente aunque ignorando normalmente que lo son. Vivimos en un mundo tan superficial y tontonizado que hemos modificado nuestras referencias heróicas.
Me contaron el otro día, y ayer de forma más concreta por uno de los viajeros, el gran susto que vivieron los pasajeros del autobús fletado por los Negros a su regreso de un viaje cultural de gran interés. La rápida reacción de dos personas, Francis y otra cuya identidad desconozco, evitó que, a estas alturas pudiéramos estar hablando de una desgracia similar a aquella que vivió Daimiel en el 87 y que tan profundamente se sufrió en aquel momento. También el de los enfermeros que formaban parte de la excursión y que permitieron reconducir la situación crítica del chofer hasta poderle ofrecer una asistencia más específica. Creemos que lo hubiera podido hacer cualquiera pero no es cierto, la mayoría suele quedar tan abrumados que apenas atisban a otra reacción que el pánico, y siempre hay personas que con capaces de tirar de reflejos, arriesgar su propia situación y tratar de hacerse cargo de la situación que no siempre acaba igual de bien que en esta ocasión.
Son pequeños/grandes héroes sin relumbrón, incapaces de llenar un estadio con sus triples goles o protagonizar una película, pero personas de muchísimo más valor e importancia, admirables pese a su modestia, que quedarán siempre en la memoria de los que viajaban en ese autocar, y si fueramos generosos en la memoria de todos los que teníamos familiares, amigos, compañeros o conocidos en ese autocar que los regresaba de un fin de semana inolvidable.
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