Siempre que escuchaba a algunas personas, entre ellos futbolistas, cantantes o toreros, quejarse de que Hacienda se quedaba con porcentajes altísimos de sus ingresos ( del 30 al 40%), pensaba que, dadas las cantidades tan elevadas que cobraban, yo estaría encantado de tributar esos porcentajes porque eso supondría multiplicar por 10, 50, 100 o más veces mis ganancias descontada la mordida tributaria. Y como yo, supongo, la mayoría de personas, que se darían con un canto en los dientes pudiendo ganar 300.000, 1.000.000 o 10.000.000 millones de euros tras darle a Hacienda esos porcentajes elevados. Es lo que supone NO TENER.
Sin embargo, los que tienen, casi sin excepción, parecen mostrarse ingignadísimos por tener que compartir una porción de sus disparatados ingresos y se quejan amargamente hasta sentirse perseguidos, discriminados, atacados, en tanto indagan en la búsqueda de mecanismos legales y no legales para escaquear parte del dinero tributable. Es lo que supone TENER.
Yo siempre he estado convencido de desear pagar esos porcentajes si mis ingresos fueran paralelos a los de todos "discriminados", lo juro. No se trata de una pose sino de una convicción profunda, y supongo que ésta sería compartida por los beneficiarios de estos altos ingresos cuando no los tenían, lo que significa que puede que, de ocurrirme, fuera yo también de los que olvidaran las convicciones tenidas y asumiera esa carga con quebranto y preocupación, de cagalástimas, que tienen los ricos frente a la Agencia Tributaria, y eso sí que supondría una decepción personal profunda.
Pero, ¿por qué sucede? Es evidente que la realidad y el deseo confrontan a menudo y que las personas suelen ser generosas en el deseo y bastante más egoistas y roñosos en la realidad, porque poseer, parece evidente, suele sacar lo peor de nosotros y hace sentirse amenazados por todo y todos a quienes tanto poseen.
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