lunes, 12 de septiembre de 2011
¿DE VERDAD CREEMOS QUE TIENE TANTO VALOR NUESTRO VOTO? (Página nº 244)
Suelen alagarnos los políticos cantando la excelencia de nuestro voto y el inmenso valor que cada uno de ellos tiene. ¿De verdad nos creemos tal cosa?
Partiremos, eso sí, que el voto es imprescindible e irrenunciable, pero que dicho esto convienen relativizar la importancia real del voto individual.
Y es que, en ocasiones, escucho o leo a algunos decir que con su voto puede poner y quitar gobiernos, obligar a tomar decisiones o imponer políticas. No deja de ser esto un acto de optimismo desmesurado cuando, en realidad, un voto es sólo la elección de una opción entre las posibles que responde a ideología, convicción, capricho, seguimiento de tendencias, antipatía o cualquier otro motivo más o menos argumentado para coger la papeleta y que, después, una vez contabilizada junto al resto, sólo será una cifra y quedará desvestida de cualquier criterio utilizado para decidirlo. ¿O acaso el partido por el que has votado, si esa es la opción, sabe que lo has hecho por convencimiento, o por utilidad, o por castigo, o al azar?¡Por supuesto que no!
Apenas introducido el sobre y la papeleta se acaba todo vínculo con él, el resultado de todo el tiempo dedicado a su elección ya no contará en el uso que de él se dé porque los receptores tampoco ahondarán en la cuestión ni se comunicarán contigo ni consultarán a sus votantes ni promoveran un conocimiento del sentir de las personas que confiaron en ellos. Como mucho te dirán, ¡qué caray!, que se sienten legitimados a hacer lo que hacen porque respaldando su programa con tu voto ya dan por hecho que avalas cualquiera de sus decisiones.
Y cuando uno dice que su voto es de castigo, o útil, o de protesta, sólo el cómputo final y la suma del resto podra dar si ha habido castigo, utilidad o protesta, y ni siquiera, porque desconocemos la intención de los que han votado igual y eso significa que en realidad el voto individual, per se, tiene un valor casi minúsculo, exiguo.
Mientras no haya una modificación de la ley electoral por la que los electos se deban a sus circunscripciones, en tanto no se incentive la participación ciudadana, mientras el voto sea la introducción de un sobre y una papeleta, seguira valiendo demasiado poco para creer otra cosa, y eso a pesar de ser, como dije al principio, imprescindible e irrenunciable.
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