miércoles, 28 de septiembre de 2011

BLANDITOS (Página nº 296)

Creo que ya lo conté otra vez. Mi compañero de clases Gregorio acudió a recoger un certificado al colegio y, asombrado, me decía que estábamos criando muy flojitos a las nuevas generaciones. Todo porque veía sorprendido como en las puertas esperaban los padres incluso a los más mayores, chicos y chicas de sexto, y cómo las madres y padres corrían a arrebatarles la mochila apenas los veían salir por la puerta del edificio.

-¿Cuántas veces te llevaron tus padres a la escuela?- me preguntó.
-¡Las que a tí, el primer día para que me aprendiera el camino!

Así era entonces, cuando ningún padre o madre esperaban a la puerta ni se pegaban a la fila ni se asomaban a la cristalera mientras sus hijos subían en fila y ya al cargo de sus maestros. Y Gregorio se volvía a asombrar viendo que el número de adultos expectantes era casi superior al de los niños escolarizados porque a alguno de ellos le esperaba una comitiva familiar numerosa.

Lo que no pudo apreciar Gregorio, me parece, era ver llegar a muchos de los más pequeños en carritos, chupete en ristre que sólo les quitaban al entrar en el recinto, o niños que todavía acudían con pañales.

Decididamente no es que fueran mejores aquellos tiempos, puede que hasta a su manera, demasiado desprendidos en las relaciones familiares. El problema, quizá, es que hemos caido en un extremo tan solícito y dependiente que se nos ha ido la mano sin duda, con niños convertidos en pequeños reyes tiranos con sus padres que retrasan la madurez y dificultan procesos antes más naturales y sencillos de adaptación al mundo escolar.

Sé que estoy generalizando pero veo que cada año, y por lo que hablo con compañeros de otros centros y localidades ellos también lo perciben en sus colegios, parece ser más traumático este inicio de la vida escolar, a pesar de procederse con periodos de adaptación para facilitar esa nueva situación, y son más los casos de niños que lloran y se rebelan porque elementos como la organización, las rutinas, los hábitos y una mínima disciplina les son completamente nuevos y casi traumáticos.

Posiblemente los queremos más que nunca, no lo dudo, pero tengo la sensación que hemos sacrificado valores y principios por ese amor y muchos niños entienden la escolarización como una degradación de su estatus casero, donde son los auténticos reyes, y reaccionan, lógicamente, contrariados.

Creo que mi viejo compañero de aula, allí en la Escuela Motilla, Gregorio, tiene mucho de razón. No les dejamos crecer, suplantamos procesos naturales por una sobreprotección que les resta herramientas necesarias para resolver sus propios conflictos y madurar, y eso es cada vez más palpable y numeroso.
.:.

2 comentarios:

  1. En realidad la sociedad, en general, se ha vuelto blandita y sobreprotectora y trata de hacer la vida tan cómoda, tan cómoda, a los hijos que sin darse cuenta les cambia capricho por autonomía y todos salen perdiendo.
    La disciplina es necesaria y me refiero a normas y hábitos claros e irrenunciables, y en muchos hogares esto no existe.

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  2. Habiendo gente que trata como niños a los perros, que te puedes esperar que hagan con sus hijos.

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