NATURALEZA Y VIDA (Página nº 1163)

Estoy en el campo. Observo todo a mi alrededor. La casa, la vieja higuera, los arriates plenos de plantas de las que, en su mayoría, desconozco los nombres. Cada elemento está donde debe estar, donde siempre ha estado, tan sencillos y reconocibles, tan sencillos y reales. Las plantas que rompen la tierra para crecer y hacerse un lugar entre las otras son sólo la respuesta natural a un suelo plagado de semillas de sus predecesoras.

Y sin embargo, a mi alrededor, toda la vida que conozco se va desmoronando poco a poco. La seguridad va dejando espacio a la inquietud, al miedo, quizá al pánico. Seguro, también, que a la indignación. Miramos por nosotros, tememos por nuestros hijos. Al fin y al cabo la mayoría de padres hemos conocido otro tiempo de dureza, de falta de recursos, de carencias, pero nuestros vástagos están descubriendo,, casi sin comprenderlo, cómo todo se va desvaneciendo y cómo es posible ir hacia una vida peor, en el que el futuro sólo ofrece consternación y ausencia de perspectiva.

La naturaleza, claro, persigue la seguridad de sus rutinas, su dejarse hacer, su estar sencillo y metódico. Las personas, como siempre, vamos en la dirección contraria al sentido común, introduciendo aquellos elementos distorsionadores que sólo desequilibran el sentido natual de la vida. Y siempre dejando ese rastro de víctimas que ahora ven la vida como un obstáculo inabordable.