Esta tarde, siguiendo el buen consejo de un amigo, me acerqué al Museo de la Merced de Ciudad Real, aquel viejo instituto conocido por el "Femenino" donde aprobé mi oposición y que, ya remozado, alberga una buena colección de arte contemporaneo. Y como primera visita a dicha colección, más atropellada que tranquila, da pié al regreso porque, en estos casos, segundas, terceras o enésimas visitas permitiran disfrutar mucho mejor de todo lo que allí muestra.
En una de las salas se cobijan algunos de los grandes nombres de la provincia y, entre ellos, un poco forzadamente, aparece Miguel Fisac en un par de apuntes y un vídeo donde se le entrevista. Escuchándole he recordado como cuando era chaval siempre oía comentarios sobre él que inducían a pensar que despreciaba Daimiel, que guardaba una acritud hacia nuestra localidad porque los daimieleños no acababan de valorar su trabajo. Posiblemente, siguiendo el vídeo, algo de eso hubiera, lamento, rabia, enfando, pero también creo entender que esa hostilidad en los setenta u ochenta era una actitud victimista también de esos daimieleños que así castigaban aquella actitud.
Miguel Fisac nunca fue profeta en su tierra, ni tan siquiera a última hora de su vida donde aún sufría el extrañamiento de las gentes que no parecían perdonar. Cuando se inauguró el Instituto Laboral, cuenta, alguien se le acercó y le dijo con cierta decepción crítica: ¡Si parece una casilla!, a lo que él contestó encantado con un ¡gracias! que aquel hombre no entendió porque quizá, como otros muchos, esperaban columnas dóricas y un frontal griego para ese liceo local. Él mismo lo dice, aquel edificio hoy parcialmente perdido hubiera gustado muchísimo en Suecia pero aquí, en Daimiel, no gusto nada.
También habla de otro edificio poco apreciado en Daimiel, el Mercado Municipal, que nuevamente ahondaba en esa arquitectura pegada a los materiales abundantes en la zona y la estética manchega. De nuevo explica que cuando realizó una exposición en Alemania con imágenes y maquetas de varios de sus proyectos y edificaciones la que más gustó, la que más atrajo a la gente de aquel país fue, curiosamente, este Mercado de Daimiel, sobre el que le interrogaron ampliamente para que explicara esas formas y distribución.
A veces creo que la objetividad es presa de aspectos como la ignorancia o la envidia, el cortomirismo ombliguero que nos hace renunciar a valorar, en su justa medida, lo que tenemos. No es que sea nuestro pueblo, nuestras gentes, excepción sino ejemplo como tantos de una manera de ser que nos impele a valorar mucho más lo ajeno que lo propio y que nos nubla el entendimiento sofocando cualquier intención de ser generosos y agradecidos.
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