Esta mañana leía en El País esta Carta al Director enviada por Gonzalo de Miguel, de La Rioja:
"En pocos lugares se aprecia mejor el derroche humano como en un hotel. Lo sé porque acabo de desayunar en uno. Posiblemente habré ingerido unas diez o doce veces lo que desayuno normalmente, lo cual ya es obsceno de por sí, porque en el mundo mueren de hambre millones de personas sin que parezca que nadie pueda hacer algo por impedirlo.
Pero aún acentúa más mi indignación el contemplar a mis vecinos de mesa y a los de otras muchas mesas. Llevan su ansia hasta límites especulativos. Cuántos se levantan de sus mullidos asientos dejando platos llenos a rebosar, no de restos alimenticios, sino de piezas completas acaparadas a las que no hincaron el diente. Alimentos que, pese a todo, y por la higiene que mandan los cánones, serán desechados como residuos.
Y siento que esta experiencia a pequeña escala es un poco, o un mucho, lo que ocurre, pero a escala planetaria, en el reparto mundial de alimentos. Unos sobrecomemos y todavía nos sobra para alimentar... al cubo de la basura, y otros infracomen o no comen, siendo ellos mismos quienes acaban directamente en el vertedero.
Si no es mucho pedir, desayunen lo que quieran, pero no desperdicien lo que no necesitan. Un consumo racional en los países ricos regularía de forma natural el acceso de los alimentos a los que más lo necesitan.
Bueno, de alimentos y de todo."
También esta viñeta de El Roto, en el mismo periódico:
La sociedad siempre ha sido profundamente egoista porque sus individuos, no me cabe duda, lo son por convicción. Abusamos de la lástima para calmar la inacción, como si fuera el bálsamo para marcar distancia de las desgracias ajenas sin dejar de aparentar que nos preocupa. Las hambrunas de los demás no son bastante más ajenas que un nimio grano en nuestra piel y nos abonamos al exceso con tan notable facilidad como olvidamos los verdaderos problemas de la humanidad.
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