(Pinchar en la foto para ver a mayor tamaño)
He de confesarlo, y no sé si nuevamente, siento una simpatía especial por estos pequeños y discretos mamíferos que en su persecución nocturna olisquean caracoles, lombrices y cuantos insectos queden a su alcance. Me gusta seguir su ruta entre la vegetación, descubrilos a veces perseguidos por algún gato que no sabe que hacer después de alcanzarlos, observarlos compitiendo por la comida de éstos seguros tras su armadura puntiaguda.
En estas últimas noches han ido apareciendo los pequeños retoños, menos esquivos, capaces de trepar en nuestras manos y dejarse acariciar el abdomen. Amagan con hacerse una bola pero de inmediato pasean hacia nuestros antebrazos mientras olisquean la nueva superficie. Sus puas, claro, apenas lesionan si sabes manejarlos y haces que no se sientan incómodos.
Después de unos minutos los dejamos ir a esa ruta silvestre entre las plantas, con su marcha incesante, inquieta, descifrando rendijas y huecos, en busca de comidas, hasta que llegue la noche siguiente y otra vez los notemos allí, a nuestras espaldas, y, si se tercia, en nuestras manos.
La foto que ilustra esta página es de ayer mismo, los brazos, claro, los míos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario