viernes, 21 de diciembre de 2012

YA NO ME GUSTA EL ROJO (Página nº 1519)

Entre las metas previas y las finales hay un largo trecho que, lógicamente, nos obliga a considerar que casi nada es inmutable y por lo tanto está sujeto a valores, circunstancias, motivos y comprensión de la realidad que nos lleva a irlas modificando. Algunas son baladíes, o de escasa trascendencia. Otras, sin embargo, contienen mayor calado y, en ocasiones, hasta nos asombramos de haber llegado hasta allí desde un punto de partida que nada hacía pensar en ese final.

Por ejemplo, en lo intrascendente, tengo memoria de haber querido siempre tener un coche rojo. No sé por qué pero entonces el color era casi un condicionante preciso a la hora de elegir un vehículo. La oportunidad, sin embargo, surgíó con un Renault-5 de tercera mano, color crema, que encajaba casi perfectamente con lo presupuestado y, a mi pesar, aquel rojo buscado quedó para mejor momento. Por eso, cuando surgió la opción de adquirir un nuevo vehículo de inmediato rescaté la prioridad de un rojo intenso. Otra vez, sin embargo, el deseo se vio interferido por la urgencia y el único modelo que se amoldaba a gusto, economía y disponibilidad casi inmediata era gris plata. No era lógico encontrar tan complicado tener ese color y sin embargo volvía a aparcar esa intención. Años más tarde un accidente me condujo a comprar otro coche, y el rojo volvía a dimensionarse sobre otras características. Ni que decir tiene que, como en otras ocasiones, hubo una renuncia final favorecida por una cuestión económica, al ser una compra sobrevenida y no planificada, y decidí recurrir a un vehículo en stock. "Azul Noche o verde Tahití", me dijo el vendedor, y lo ventajoso de su precio hizo el resto. Bastantes años después comencé a plantearme cambiar el automóvil. De hecho llevo algún tiempo sopesando esa compra. Pero en todo ese tiempo no ha aparecido mi color ni una sola vez, es más, ha dejado de gustarme el rojo y soy incapaz de concebir los modelos que me gustan bajo ese color.

La vida también es eso, la persecución de objetivos que, incluso, en un momento parecen muy relevantes pero que son objeto de frustración o fracaso, de aplazamiento, aunque uno trate de perseverar en su consecución. Es más, recurrentemente se plantean situaciones que parecen hacer factible ese logro y que, sin saber muy bien por qué, vuelven a quedar sometidos por las circunstancias. En ocasiones, pasado el tiempo, sentimos que ha llegado el momento, que se dan todas las premisas para saber que ya es posible, pero sin embargo descubrimos que aquella prioridad postergada se ha diluido hasta no contemplarla con preeminencia. Y entonces volvemos los ojos hacia nuestra vida, la evaluamos siquiera superficialmente, y empezamos a notar que, aunque en efecto los principios siguen ahí, los concebimos de distinta forma y nuestra manera de ver las cosas han ido relativizando su valor alterando el orden de las prioridades. Hemos ido cambiando porque la vida nos cambia y sólo apreciamos esas variaciones cuando nos vemos sometidos a ellas o abocados a enfrentarlas y entendemos un poco mejor cuanto hemos ido siendo en todo este tiempo.

Ya no me gusta el rojo porque uno descubre ahora que la superficalidad de ese color escondía, seguramente, otras cosas de mayor valor que ahora hemos aprendido a tener en cuenta.

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1 comentario:

  1. A mí por contra sí me gusta el rojo .Fíjate que felicitación de navidad me enviaron el otro día:"
    Porque la marea verde, la marea blanca, la marea violeta, las mareas negra, naranja y amarilla se unan en una gran marea roja que cambien el mundo y podamos celebrarlo pronto".
    ¿A que te gusta? ¡Ojalá se cumpliera y este mundo injusto de hoy se cubriera de rojo!

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