Hoy, apenas tocaba el timbre anunciando el final de las clases, me asomaba a las escaleras para ver cómo marchaban, una vez más, los alumnos del colegio directos a sus vacaciones de verano. Con éste son ya veintiséis cursos contemplando esa ceremonia feliz de la chavalería en pos del calor, el agua y el ocio, rezumando ilusión y entusiasmo ahora que el tiempo, casi todo él, sera suyo.
Los más pequeños apenas se dan cuenta, lo harán en días, pero el resto ya sabe que la dictadura del despertador guardará pausa unos meses, que los días darán mucho de sí y las obligaciones irán reduciéndose a la mínima expresión. Varios, al verme allí, me saludan, otros me abrazan, y alguno de los mayores, sabedores de que cambian de centro, me regalan dos besos con pizca de tristeza. Y aunque todavía volverán un día más a por las notas saben perfectamente que su etapa en el colegio ha terminado y apenas se llevarán el equipaje de recuerdos que hayan sido capaces de atesorar en estos años.
Pero un día como éste siempre es diferente. Fiestas, regalos, regresos, hacen de él algo distinto. Incluso algunos de los alumnos que ya están en el instituto acuden a saludarnos, a mezclarse con ese ir y venir por las clases que caracteriza la jornada de despedida.
Es agradable comprobar que un año y otro grupos de alumnos que ya salieron del centro vuelven para reencontrarse con un colegio que siguen sintiendo suyo, con unos maestros a los que no olvidan, y mientras hablas con ellos vas descubriendo al adulto que pelea por asomar en su voz y sus gestos y te alegras de sus progresos, de sus éxitos, y juegas a imaginar sus caras de niños cuando comenzaron su escolarización aquí.
Es un día singular, sin duda, un día entrañable que cada año puede tener distintos protagonistas pero que casi siempre ofrece ritmos y escenas parecidas, porque impregnadas del sabor de las vacaciones no guardan demasiadas diferencias entre sí. Y yo, junto a la escalera, sólo o acompañado de otros compañeros que se incorporan a esa ida y venida frenética, degusto otro final de curso que añadir al álbum abarrotado de mi memoria.
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¡Ay los niños, benditos ingenuos, con lo que se les avecina!
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