Este fin de semana he asistido a varios actos de Graduación. En todos ellos se daban motivaciones personales y hasta sentimentales, amén de profesionales, para estar allí, y aunque no soy entusiasta de este tipo de actos cuyo guión suele ser tan igual siempre me interesa bastante ese momento en el que percibes como aquellos alumnos que un día pasaron por mis manos son ahora otros más crecidos, formados, capaces, pero en los que sigues vislumbrando y reconociendo gestos, guiños, maneras de lo que fueron cuando formaban parte de mi tutoría.
Los más mayores, los que acababan ya el bachillerato y esperaban en ese momento mismo que sus móviles anunciaran las notas de la Prueba de Acceso a la Universidad, fueron, algunos de ellos, los primeros alumnos que tuve tras llegar a mi actual colegio. Doce años ya cuando llegaron a Primero de Primaria con tanto susto como expectación pero ya sintiéndose mayores tras abandonar el babi. Ahora los contemplaba, hombres y mujeres ya al filo de la mayoría de edad, trajeados ellos, espléndidas ellas, subiendo a recoger sus orlas y atesorando las inquietudes de una nueva etapa pero reconfortados con el calor de los recuerdos compartidos con sus compañeros. Por cierto, todos los que allí subieron ya supe entonces que estarían. A otros, también debo decirlo, les eché también de menos.
Los que terminaban la ESO, incluida mi hija, y parte de los cuales también fueron mis alumnos a esa edad temprana de comenzar la educación primaria, también estaban radiantes, tan nerviosos como felices, sintiendo una etapa más de sus vidas superadas, dejando ya de ser niños y niñas bajo el peso de otra responsabilidad, sumergidos de lleno en ese deseo de madurez.
El sábado lo hacían los de mi propio colegio, otra promoción de la que disfruté, y mucho, en aquellos dos años primeros porque, para mí, fue como una clase perfecta, ilusionada, con enorme voluntad de trabajo y muchas ganas de aprender. Ahora se marchan de su colegio de siempre, nos dejan, se van a vivir su nueva experiencia aunque nos parezcan demasiado pequeños aún pero, en la mayoría de casos, capaces de abordar esos nuevos desafíos. A ellos los he visto crecer como a los anteriores pero con la ventaja de tener yo un recuerdo más nítido y reciente de ese proceso.
No sé qué quedará de mí en todos ellos, aunque a veces uno encuentra oportunidades de saberlo, pero tengo claro mucho de lo que todos ellos han ido dejando en mí, y eso recuerdos afloran casi fácilmente en cada oportunidad que vuelvo a saber de ellos. Eso también es la escuela, mi propia escuela de vida.
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Algunos el sábado tuvimos la suerte y el honor de juntarnos con aquellos alumnos que hace veinticinco años que dejaron la escuela.Es un momento emotivo ,lleno de recuerdos, cariño y sobre todo, inolvidable.
ResponderEliminarRecorrer de nuevo las dependencias del centro, reencontrarnos con amigos, compañeros y alumnos que hacía años que no veíamos, compartir mesa y mantel y una charla animada, distendida y plenamente gratificante es algo impagable.
GRACIAS PROMOCIÓN DEL 87 DEl COLEGIO SAN IDIDRO.