Rajoy ni se inmuta cuando niega haber dicho lo que está grabado y escrito. Su cara de palo le lleva, incluso, a reprobar a quién le ha hecho la pregunta, y la clase popular periodística allí presente calla, concede, tolera, aunque sabe que luego sus medios sacarán una y otra vez el vídeo y el tuit que dejan a Mariano por desmemoriado, siendo generoso, o por mentiroso, siendo realista.
Es la historia de este hombre. No le cuesta mentir, lo cree necesario con su cargo y su situación política. Mentir para salir del paso, poner cara de asombro y luego hacerse el ofendido porque le atribuyan haber dicho lo que dijo, que fue el crimen del periodista cuando quiso enfrentarlo a sus contradicciones.
Ni siquiera le importa que minutos después aparezcan esas grabaciones dejándole con el culo al aire. Está tranquilo porque no pasará nada, seguirá pensando que haga lo que haga habrá ocho millones de españoles dándole carta blanca y una cohorte de medios afines haciéndole la ola, porque la mentira la transformarán en mentirijilla, en cosas de Mariano y sus despistes, hasta darnos a entender que forma parte de los ataques de sus oponentes políticos para debilitarle y que no hay que dar demasiada importancia a la anécdota.
Y casi tienen razón porque en España, la España política, mentir no importa, no tiene consecuencias, y por eso convertirse en un mentiroso compulsivo hasta tiene premio. ¿Que qué premio? El de que los ciudadanos somos regalados a la voluntad de un mentiroso, que si no es éste pues nos los cambian por cualquiera de los otros tres, porque apenas te queda para elegir susto o muerte.
Cada vez tiene esto más pinta de nuevas elecciones que servirán de poco salvo que una parte del electorado decida aceptar pulpo como animal de compañía. Y para amedrentarnos, ya saben, hablan de que sean el día de Navidad o de Año Nuevo buscando el cabreo general para que ellos luego puedan culpabilizarse unos a otros.
Ya lo dije en su momento, si hay nuevas elecciones que ninguno de ellos, Rajoy, Rivera, Sánchez e Iglesias, se coma el turrón, como los malos entrenadores. Que se vayan de una vez por pensar más en sus ombligos que en el país, por no alcanzar los objetivos, por tenernos en puestos de descenso y con la afición desanimada o huyendo del gran "estadio" por el penoso espectáculo. Que se larguen, con sus mentiras y sus incompetencias. Porque a este paso sucumbimos a estos cuatro modernos jinetes del Apocalipsis de la democracia española que se han olvidado para qué fueron votados.
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