Cuando yo era un niño el Azuer todavía era un río. Su caudal fluía natural, sin impedimentos, dependiendo únicamente del régimen de lluvias . No conocí entonces ninguna inundación, aunque las hubo antes y poderosas, trágicas, pero el río hacía su papel, irrigaba la tierra y rellenaba un par de charcas, la grande y la chica, donde recuerdo ir a mi hermano y sus amigos a pescar carpas con apenas un sedal, un anzuelo y algo de cebo. Vivir en los Hotelitos era jugar en el río, cazar ranas, recorrerlo durante centenares de metros por las orillas echando carreras de barcos que solo eran pequeños trozos de palo y hasta bañarnos en él. Y en verano, ya seco, aventurarnos por su cauce buscando algún encharcamiento donde sorprender a las cigüeñas merodeando en busca de alimento.
Cuando yo era niño el Azuer todavía era un río, como el Guadiana, aunque me dio poco tiempo a verlo en aquel feraz molino de Zuacorta o en ese otro de Flor de Ribera, donde el agua y la vegetación de ribera comulgaban para dar esa estampa de vergel paradisiaco ,poco antes de que las máquinas procedieran a desnaturalizar y desfigurar su aspecto hasta devolvernos un cadáver, el mismo que ahí yace entre los Ojos y Las Tablas pese a esos puntuales arrebatos de agua que han comenzado a aflorar.
Cuando yo era niño el Azuer todavía era un río sin condicionantes, un río al que se acudía como punto de inflexión en los paseos del domingo, donde éramos convocados para atar los pelos al diablo o para disfrutar de los días del carnaval daimieleño. Un río pequeño, modesto, pero que sentíamos nuestro e importante por ello.
El Azuer, como mi infancia, ya no volverán a ser como fueron, pero cuando el río pretende recordarnos lo que fue me devuelve la memoria de aquellos años tan felices.
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El problema de las tablas el verdadero problema es que sus afluentes naturales estan cortados. Cuando no es asi como en estos años tenemos tablas y rios. Y concienciacion de los agricultores por favor.
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