domingo, 11 de noviembre de 2012

MAÑANA DE GRULLAS (Página nº 1423)

Ayer por la mañana anduve zascandileando por Zuacorta, Navaseca, Griñon y las propias Tablas de Daimiel. No tenía demasiado tiempo y por eso lo que buscaba, básicamente, era hacerme una idea de cómo las lluvias de estos días habían incidido en dichos espacios.

Sin embargo, y a pesar de ver satisfechas mis expectativas, lo mejor del día fue encontrarme con una bandada de grullas aposentándose a menos de un centenar de metros de donde había detenido el coche para escuchar el trompeteo incesante del amplio grupo que, segundos antes, sobrevolaba sobre mí. Calculo que eran cerca de trescientos individuos tiñendo de grisura la tierra elegida para ese descanso, tan oportuno a mi paso. Y es que esta aves hacen que cada año acuda a su encuentro, seducido por ese sonido estruendoso y una formación en vuelo admirable.

Curiosamente hoy, pero con fecha de ayer, Carlos de Hita, que tiene en la web de El Mundo su archivo sonoro "El Sonido de la Naturaleza", colgaba el último de ellos bajo el título de "Tiempo de Grullas" y subtitulado "Grullas en las orillas del Guadiana", cuyo enlace dejo aquí:


La semana pasada eran como un trazo fino que sonaba en el horizonte. Con las  nieves en los altos llegaban las grullas. Ahora las escuchamos, como si dijéramos en trazo grueso. O en primer plano. Las grullas ya han llegado. Más de cien mil aves vociferantes sobrevuelan los campos en bandadas, envueltas en gritos y trompeteos. En estos primeros días de noviembre se pueden escuchar casi por cualquier parte. Aún no se han instalado en sus localidades definitivas de invernada; buscan de aquí para allá, van de la orilla de un río a los bajíos arenosos de un embalse con poca agua; sobrevuelan los collados y puertos de montaña; siguen los cursos de los ríos y sus gruñidos se dejan oír por encima del tráfico de las ciudades. Dentro de unas semanas se habrán sedimentado y a lo largo del  invierno  sus desplazamientos serán más restringidos: alborotarán sólo en los vaivenes diarios entre las áreas de alimentación y los dormideros donde pasen la noche.
Y a pasar la noche en las orillas del Guadiana se disponen varios miles de aves, en las láminas de fango que flanquean el río al desbordarse en las Tablas de Daimiel. Cae la tarde y los bandos de grullas grises se deslizan en oleadas bajo el cielo gris del crepúsculo. Gritos, arrullos y siseos de las alas se encadenan mientras hay un poco de luz.
Un bando de grullas durante su migración invernal hacia el sur de Europa. | Carlos de Hita
Con la oscuridad, toda la algarabía se transforma en un ronroneo suave, sólo interrumpido de vez en cuando por los gritos de algunas aves que, ni siquiera a estas horas, son capaces de callar.
Y de fondo, la serenidad en la lámina de agua quieta.





































Casi siempre las busco a la caída de la tarde y quizá por eso verlas allí hizo de incursión un paseo muy satisfactorio.

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