Hoy es un día marcado en el calendario. Hace 43 años que murió mi hermano por una septicemia. Amaneció con fiebre altísima y apenas doce horas después fallecía sin que los medios disponibles en ese momento pudieran hacer nada por él. Tenía 15 años y yo solo diez, compartíamos habitación y aquello cambió mi vida, a medias por esa sobreprotección que el dolor y el miedo de unos padres superados por la tragedia personal no pueden controlar y a medias porque cierto pánico a la muerte también se instaló en mí de forma inevitable.
Ahora lo puedo contemplar como una fase más de mi vida, aunque sé que imprimió carácter y me volvió retraído, temeroso, vulnerable, y la vulnerabilidad es un estado complicado de manejar a esas edades. Y en esa situación en mi vida se marcó una barrera ilógica pero definida, la que me hizo pensar que si superaba los quince años ya sería poco menos que inmortal.
Puede que sea una tontería pero yo era un niño y esa frontera se trazó como un objetivo vital que ni tan siquiera dependería de mi voluntad. Y juro que los trece años, con una enfermedad que me obligó a un reposo absoluto de dos meses, y los catorce años, tuvieron mucho de angustiosos, como si se tratara de un todo o nada vertiginoso que aparecía con cierta frecuencia para amargarme la vida.
Pero cumplí los quince. Aquel cumpleaños lo recuerdo como uno de los más felices de mi vida hasta ese instante, como una liberación que se siente de tal manera que te devuelve esa invulnerabilidad perdida y te hace ver la vida de otro modo. Ya sé que era pura elucubración, esa manera casi mágica que los chavales tienen de explicarse el mundo, pero para mí fue como soltar todo el lastre que me ataba a un destino contemplado desde el pesimismo.
No he vuelto a tener jamás miedo hasta este episodio hospitalario de septiembre, no porque pensase en una situación irreversible sino porque volví a sentir la vulnerabilidad y me asustó. Sentirse vulnerable dispara la mente porque te conduce a advertir cualquier cosa que sucede en tu cuerpo, a preguntarte por ello, a ponerle motivo, y yo que soy una persona positiva, que en temas de salud nunca voy por delante y dejo que las cosas sucedan, temía caer en la tentación de preocuparme, de dejarme llevar y someterme a esa espiral que ya no controlaría. Estoy reaprendiendo a sentirme invulnerable. No es que ayude la edad pero sí la mente, y creo que por ahora voy venciendo.
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¡Cuando perdemos a un ser querido como un hermano, te parece que no lo superaras, pero como tu dices
ResponderEliminarel tiempo pasa y nunca olvidas, pero si se trata de superarlo!.
Tu hermano era compañero mio en el instituto y tenia bastante relación con el. Su muerte a mi también me dejo marcado y lo he recordado muchas veces, se me quedó grabada su imagen con la túnica de los coloraos puesta y un sentimiento infinito de impotencia. El dia de su entierro lo llevamos a hombros sus compañeros desde tu casa a la iglesia. Un abrazo para el.
ResponderEliminarGracias por ese recuerdo.
EliminarCómo describes y desnudas tus sentimientos,¡me encanta!
ResponderEliminarNinguna edad es buena para morirse, pero con 15 años es posible que sea la más dolorosa para todos. Animo!!
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