La imagen apareció hace unas semanas en el grupo "Daimiel en el recuerdo" y es ahora su imagen de portada, pero para los que vivimos aquel Parterre la foto tiene mucho más de emotivo y sustancial.
Ocurre que entonces, en los setenta y ochenta, el Parterre era un vergel sin igual y de pronto ves la foto y allí está todo lo que recuerdas, la mancha verde de árboles y parterres, la baranda que bordeaba el perímetro, la fuente luminosa que alguien donó y que apenas tuvo unos años de esplendor con sus focos de colores tiñendo el agua, los paseos de tierra amarilla, los bancos de piedra que se resisten a desaparecer y Antonio, puede que el último guarda del Parterre regando a manguera jardines y pasos hasta que el frescor marcaba un microclima diferenciado del calor aplastante de las calles colindantes.
Los árboles ya aprendían a torcerse, en esa pelea constante por la luz, para terminar tamizándola y llenar de sombras los espacios de descanso y de juego. Porque allí acudía la gente mayor, a esos otros bancos de madera que había en las zonas de albero y los chicos nos entreteníamos jugando a las bolas, al trompo, al clavo, a carreras de chapas, o si éramos más a la pídola, los burros de pared, las veinticinco o la olla. Eso cuando no caía una pelotilla de plástico, de aquellas que se vendías con una goma, y que nos daba tanto juego para aquellos partidos de banco a banco.
No se ve en la foto pero aquel inmenso recreo, fue el mío durante el año que asistí a la conocida Escuela Piña, no tuvo secretos para los chavales de mi edad y recuerdo cada rincón con especial cariño. El Parterre era, verde que te quiero verde, el gran vergel daimieleño, un sitio acogedor, entrañable, mágico para los chicos de mi edad, y aunque ahora parte de su fisonomía ha cambiado y el verde menguado levemente sigue siendo el sitio de encuentro, el lugar al que llegado el buen tiempo me encamino para compartir unas cervezas y un rato de conversación con los buenos amigos.
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No se ve en la foto pero aquel inmenso recreo, fue el mío durante el año que asistí a la conocida Escuela Piña, no tuvo secretos para los chavales de mi edad y recuerdo cada rincón con especial cariño. El Parterre era, verde que te quiero verde, el gran vergel daimieleño, un sitio acogedor, entrañable, mágico para los chicos de mi edad, y aunque ahora parte de su fisonomía ha cambiado y el verde menguado levemente sigue siendo el sitio de encuentro, el lugar al que llegado el buen tiempo me encamino para compartir unas cervezas y un rato de conversación con los buenos amigos.
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Bonita foto, y muy bien lo que has escrito......¡Cuantos recuerdos!
ResponderEliminarLa escuela pila que maravillosos años pase y el parterre antiguo me encantaba
ResponderEliminarEs mucho más bonito el solarium en que han convertido el entorno de San Pedro. La iglesia luce más, que es lo importante. Y cuando talen los cinco árboles de la sacristía y en su lugar planten un par de cipreses escuálidos, la obra estará completa. ¿Para qué tanto árbol? Ensucian, levantan las aceras, te puedes tropezar con ellos como nuestra querida Dolores de Cospedal al salir del juzgado... además de que su sombra puede producir urticaria, son el refugio ideal de vagos y maleantes. Las personas de bien trabajan y se curten cara al sol, como Dios manda. Menos árboles y más pan, es lo que necesita la gente.
ResponderEliminarSin olvidar que las calles antes tenian cantos, lo mismo que las aceras y ahora estan alquitranadas, con el calor que desprende el asfalto.
ResponderEliminarCon lo fresquito que se estaba antes.
Ya puestos a decir sobre lo de hace años, no se debe olvidar la tranquilidad que había ya que apenas circulaban vehiculos a motor, la mayoría eran carros y galeras.
ResponderEliminarY ahora hay que tener mucho cuidado tanto los niños como los mayores al ir por la calle.